CARACAS. La escasez de alimentos en Venezuela es tal que decenas de miles de personas pasan hambre o están famélicas. La tasa de homicidios está entre las más altas del mundo. La economía está tan paralizada que el comprador medio pasa 35 horas al mes haciendo fila, tres veces más que en 2014.
Y aunque el país es cada vez más inhabitable, su gobierno socialista está más arraigado ahora de lo que ha estado en años. Una sensación de desesperación se ha asentado sobre la que en su día fue una de las naciones más ricas de Sudamérica, con la creencia de que nada cambiará realmente.
Para entender por qué la gente se ha dado por vencida, tomemos como ejemplo a Jhorman Valero y a su familia. Hace tres años, Valero arrastró a su primo de 24 años, Bassil da Costa, a unirse a las miles de personas que protestaban contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro en todo el país.
Horas más tarde, Bassil sangraba en sus brazos, el primero de los más de 40 asesinados en semanas de disturbios. Jhorman, que mira fijamente al suelo, recuerda ahora como vio abrirse el cráneo de su primo bajo su gorra de béisbol por una bala disparada por las fuerzas de seguridad. Valero y la hermana de Bassil, Yenicer da Costa, ya no se molestan en protestar, ni en el aniversario de las marchas de 2014. “¿Por qué protestar si te matan en las calles? ¿Y qué pasa? Nada. Y ahora, después de tres años, todo está peor”, señaló Yenicer.