El término cultura tiene varias connotaciones. Una de ellas describe cultura como el conjunto de los rasgos distintivos, los modos de vida, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias que caracterizan una sociedad o un grupo social. Otra acepción proveniente de las palabras latinas cultus y colere hace referencia al cultivo de cualquier facultad intelectual o espiritual de las personas.
En consonancia con estas interpretaciones, la cultura financiera agrupa las creencias sean estas explícitas o no , los hábitos y las actitudes que permiten cultivar una relación sana con el concepto de dinero y con las dinámicas relacionadas al mismo. Mucho más que los conocimientos acerca de finanzas, y que la información detallada acerca de las características de tales o cuales instrumentos financieros, es la cultura financiera que desplegamos en nuestro accionar la que permite construir y sostener nuestro bienestar.
De esto existe sobrada evidencia. De hecho, es posible afirmar, incluso, que el grado de cultura financiera es más determinante para la generación y el mantenimiento del bienestar que el nivel de ingreso.
Y aquí comienza a evidenciarse la necesidad de incorporar la cultura financiera a nuestra realidad diaria.
Los elementos que cimentan la gestión del bienestar son variados y diversos: objetivos de vida con un sentido de dirección claro y coherente con nuestros objetivos financieros, unidos a hábitos, herramientas e información financieros de calidad.
De la armonización de todos estos elementos, precisamente, va la buena cultura financiera.
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La cultura financiera se apoya en la educación y la información. Veamos este símil: podemos saber que el cigarrillo daña la salud; podemos, incluso, saber cómo sin embargo, ese conocimiento tendrá valor sólo cuando lo incorporamos a nuestra realidad diaria y dejamos de fumar. Igual sucede con nuestra vida financiera: integrando hábitos, construimos cultura y bienestar.