¿Por qué no hay luz?

¿Por qué no hay luz?

POR COSETTE ALVAREZ
Los de mi edad crecimos sin apagones. A pesar de los tantos y tantos años padeciéndolos, nos dan la misma o más rabia cada vez. Originalmente, se los debemos a Balaguer. Primero, dizque por la falta de planificación al extender locamente el radio de la ciudad capital y llenarla de extrarradios.

Luego, por esto y por lo otro, hasta que concluimos en que, cuando él mismo no podía ver, decidió dejarnos a oscuras a todos.

El PLD, cuando vio que los seis meses de Temístocles no mostraban resultado, decidió privatizar el servicio. El PRD lo desprivatizó. De todo ha pasado, de todo se ha dicho y la realidad es sólo una: no hay energía eléctrica en la República Dominicana. Eso es mucho más humillante que tener que comprar botellones de agua para beber.

Ya no hay inversor ni planta de emergencia que resista. Ya no se sabe cuántas vidas ha cobrado ni cuántos aparatos se han quemado, muchos de ellos incendiando las viviendas, los enseres y, en no pocos casos, a sus moradores. Los pobres no tienen por qué ni con qué incluir velas ni trementina en su presupuesto. Esto es un crimen de lesa Patria. ¡Y tienen el descaro de facturar por ello!

De todas las relaciones sado-masoquistas en la historia de la humanidad, dudo mucho que haya alguna que se le compare a ésta. Y, como casi todas las incidencias de nuestra modernidad, lo resolvemos desahogándonos, repitiendo y aumentando los descréditos de las pocas personas que han iniciado luchas formales para exigir solución.

Oigo más veces de las que quisiera que nuestra vida nunca había sido peor que ahora. No entiendo cómo olvidamos los primeros años del decenio de los noventa y cómo desarticularon aquellas exitosas huelgas generales, regando como pólvora que Balaguer había «comprado» a Virtudes Alvarez (a quien no debo ni favores ni dinero, sino que he constatado – y hasta me he atrevido a reclamarle – la pobreza extrema en la que vive con sus hijas), regalándole una yipeta y un apartamento. Incluso he encontrado quien me haya asegurado haber sido testigo de la «compra», francamente demasiado barata. Bueno, hasta las altas esferas de la iglesia católica se hicieron eco de la especie.

No dudo que haya habido intentos serios de hacerlo, pues, en otro momento, en Puerto Plata, se presentó a mi vivienda una comisión, llamémosla de alto nivel, del Partido Reformista, con otro tipo de oferta, seguramente para que no siguiera denunciando males que afectaban a esa ciudad, porque los funcionarios no querían que su dios se mortificara por ese pueblo «tan especial para él», o quién sabe, para que no se enterara del destino real de los presupuestos asignados para corregirlos.

El caso es que, gracias a los resultados de los gobiernos de los otros dos partidos que han llegado al poder (ambos por decisión de Balaguer), los reformistas han quedado como dandies, como caballeros, como nobles. Y nosotros seguimos sin luz. Los izquierdistas desmembrados y desacreditados, el panorama absolutamente turbio y, repito, todos nosotros sin luz.

Sin luz, y sin una sola explicación que parezca tener sentido. Sin luz, con todo lo que eso implica. Sin luz, y sin la menor organización para enfrentar el problema. ¿Cuántos años llevamos en esto? ¿Cuántos más pensamos soportarlo? ¿Adónde va a parar el dinero, mucho dinero, que pagamos por esas malditas facturas? ¿Quién nos resarce cuando se nos dañan los aparatos o cuando no podemos producir dinero por falta de energía eléctrica?

¿Dónde está la moral de las personas y/o las instituciones llamadas a respondernos por el suministro de la luz? ¿Qué papel juega el Poder Judicial en todo esto? ¿No dizque la Policía Nacional debe proteger a la ciudadanía? ¿No es asunto del Departamento de Robos de la PN? Con tanta multiplicidad de instituciones y organismos para cada tema de la sociedad, ¿no hay cincuenta o cien oenegés para lo de la luz?

Señores, esto es muy grave. Esto no se soporta ni hay nada que obligue a soportarlo. Si la Constitución dice que todo lo que no está prohibido está permitido, refórmenla y prohíban los apagones de manera específica; incluyan este delito en el Código Penal y castíguenlo con la pena máxima. No hay derecho a tener a un país entero sometido, humillado con algo así. No sé cómo se atreven los gobiernos, unos y otros, a hablar de clima de paz cuando lo único que ha abundado en cuarenta años es zozobra.

Hace años me convencí de que los apagones son políticos. Es una crudelísima forma de sometimiento a todo un pueblo. Es como si hubiera un pacto con el mismo diablo que compromete a los gobernantes a mantener y, si fuera posible, arreciar el problema. Todavía recuerdo una temporada de béisbol, en la que apagaban la ciudad para iluminar el estadio (pan y circo, pero sin pan) ¡y nadie dejó de ir a los juegos en señal de indignación!

El descaro ha sido tal, que en ciertos barrios no se va la luz ni por error, y esto varía por período gubernamental, dependiendo del funcionario que viva en el sector. ¿Qué vamos a hacer, cómo vamos a organizarnos para hacer frente a este vergonzoso mal? ¡Carajo! Hasta en Cuba, con todo y lo que dicen sus exiliados, los habitantes saben que hay cortes de luz programados, a tal día y a tal hora, por razones que ellos conocen y probablemente entienden y aceptan.

Pero aquí no. Aquí los ciudadanos no valemos nada, no merecemos explicaciones, ni nos asiste el derecho a una cierta calidad de vida. Sólo valemos para pagar facturas por servicios que no llegan, para caravanear con los candidatos, y para votar por ellos. Recuerden que para ser leal no se puede ser sumiso; que si usted no tiene derechos, tampoco tiene deberes. El que no nos cumple, no puede exigirnos. En cambio, si cumplimos, no solamente podemos, sino que debemos y queremos exigir.

Este tipo de ultraje le ha matado la autoestima a más de una generación, y nosotros somos los padres de una de ellas. ¿No nos duelen nuestros hijos? Esta oscuridad, o mejor, este oscurantismo, nos ha atrasado al extremo que se llevó de encuentro el derecho a la educación de ese inmenso número de ciudadanos obligado a estudiar de noche porque necesita el día para trabajar, en no pocos casos mendigando en las calles. Es una atrocidad.

Tan culpables han sido, son y serán los gobiernos, todos, como los otros componentes de la sociedad, desde las iglesias y demás estamentos hasta nosotros, los ciudadanos comunes. Pidamos con energía una respuesta convincente, satisfactoria o, mejor aun, ¡que haya luz siempre! Mientras, no la paguemos. Por estricta dignidad.

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