¿Por qué no hubo un Mandela dominicano?

¿Por qué no hubo un Mandela dominicano?

FABIO RAFAEL FIALLO
En el artículo precedente nos referimos a la estrategia propuesta en septiembre de 1964 por la vieja guardia del Partido Socialista Popular (predecesor del Partido Comunista Dominicano) con el fin de salir del Triunvirato e instaurar en el país un orden constitucional reflejo de la voluntad popular: explotar la promesa de elecciones hecha por el Triunvirato, y el malestar social reinante en esa época, a fin de producir una amplia movilización de la sociedad civil capaz de conducir al establecimiento de un régimen popular. Añadíamos, con la ayuda de ejemplos precisos, que los logros alcanzados en la segunda mitad del siglo XX por los grandes movimientos de contestación no violenta y desobediencia civil tienden a justificar aquel posicionamiento de la vieja guardia del PSP.

Una experiencia cercana geográficamente a nuestro país, aunque distante en el tiempo, contribuye a reforzar el argumento a favor de la contestación cívica como método de lucha popular. Me refiero a la experiencia de Puerto Rico.

A este respecto, mi abuelo Viriato Fiallo me contó que en 1927 visitó República Dominicana, en busca de solidaridad a favor de su causa, el gran líder independentista puertorriqueño Pedro Albizu Campos. Durante su viaje, Albizu Campos se entrevistó con dominicanos que se habían destacado en el combate en contra de la ocupación norteamericana de nuestro país, entre ellos mi abuelo. En esa ocasión, cuando se planteó la cuestión de la forma que debería tomar la lucha por la independencia de Puerto Rico, Viriato Fiallo fue de la opinión de que mucho más eficaz que cualquier tipo de acción armada, sería una campaña bien orquestada tendiente a movilizar la juventud puertorriqueña y a utilizar sistemáticamente la gama disponible de los mecanismos legales que permitiesen impugnar la ocupación de Puerto Rico y las diferentes decisiones tomadas por las autoridades norteamericanas en aquella vecina isla.

Para explicar su punto de vista, mi abuelo añadió que el apoyo del pueblo puertorriqueño y de la opinión pública internacional a una resistencia armada no adquiriría probablemente las mismas proporciones que si se adoptara la vía de la contestación no violenta. Más aún, en caso de seguirse la opción militar como forma de resistencia, les sería fácil a las fuerzas de ocupación, no sólo vencer a los independentistas en el plano militar, sino incluso proscribir o reprimir las manifestaciones de la sociedad civil, tomando como pretexto la necesidad de preservar el orden público, sin por ello provocar necesariamente la revuelta del pueblo puertorriqueño ni la indignación internacional. De seguirse la resistencia no violenta que él sugería, concluyó mi abuelo, los resultados con certeza no serían inmediatos, pero la probabilidades de triunfo le parecían mucho mayores que las de la opción militar.

Hoy sabemos que el movimiento independentista puertorriqueño no descartó la vía armada para hacer valer sus justas reivindicaciones. Sabemos también que ese movimiento no logró recabar el apoyo popular ni la simpatía internacional a que le daba derecho la legitimidad de su causa: Puerto Rico sigue siendo una dependencia de Estados Unidos, y lo que es más, lo es con la aquiescencia de la mayoría de la población de esa vecina isla y ante una completa indiferencia internacional. Cabe preguntarse pues si el destino de la causa independentista en Puerto Rico no hubiera corrido mejor suerte de haberse ceñido a la vía no violenta, como lo hicieron movimientos semejantes que, si bien les tomó tiempo, lograron vencer a adversarios más que poderosos. Baste citar a este respecto la lucha de Nelson Mandela en contra del apartheid y la de Martin Luther King en contra de la discriminación racial en el plano jurídico en Estados Unidos.

Valga una aclaración. Por haber nacido y vivido hasta la adolescencia bajo la dictadura trujillista, y lo que es más, formando parte de un hogar de desafectos, sé mejor que nadie que existen por desgracia regímenes que no toleran oposición. Contra ellos, la desobediencia civil e incluso las manifestaciones no violentas de contestación son simple y llanamente imposibles. La violencia, ya sea en la forma de lucha armada o en la de tiranicidio, constituye, a falta de presión o de acción internacional, el único medio disponible para dar al traste con ese tipo de régimen. Sin el sacrificio heroico de los compatriotas que tomaron parte en las expediciones de Luperón y de Constanza, Maimón y Estero Hondo, sin el impacto que en el pueblo dominicano produjo el movimiento clandestino liderado por Manolo Tavarez y las Hermanas Mirabal, y sin la gesta del 30 de Mayo, hazañas éstas que recurrieron a la vía armada, el pueblo dominicano no hubiera podido liberarse del yugo trujillista. No soy yo, consciente como estoy de todo eso, quien habrá de abogar por un pacifismo cándido.

Existen no obstante circunstancias en las que, dada la correlación de fuerzas y ante el malestar reinante, la resistencia cívica y la desobediencia civil constituyen medios idóneos para producir cambios políticos profundos.

¿Y qué mejor prueba de ello que la legendaria movilización del pueblo dominicano a raíz del ajusticiamiento del tirano que nos oprimió? Movilización que logró, a base de manifestaciones y desobediencia civil, echar fuera del poder a Ramfis Trujillo y Balaguer.

Movilización que hubiera podido ir más lejos aún, que hubiera podido extirpar la gangrena del aparato trujillista, imponiendo la justicia en nuestro país en honor a nuestros mártires, si el movimiento de contestación no se hubiese visto dividido por tres factores harto destructivos.

Primero, por un “Borrón y cuenta nueva” destinado a obtener el apoyo político de los personeros del odiado régimen. Segundo, por dicotomías verbales, como la que se estableció entonces entre “tutumpotes” e “hijos de Machepa, que desviaron inoportunamente la lucha del pueblo dominicano hacia objetivos diferentes del imperativo patrio de la destrujillización.

Tercero, por la fe en la lucha armada que se apoderó de los líderes de un vasto sector de la contestación, conduciendo al Movimiento 14 de Junio a abstenerse de influir y tomar parte en los comicios de 1962 a pesar de encontrarse en ese momento en la cima de su popularidad. (Este tema lo trato en mi libro Final de ensueño en Santo Domingo, pp.358-62).

A principios de la década de los 60, con las ansias de justicia que animaban al pueblo dominicano, con el patriotismo desinteresado y sincero que latía en los corazones de nuestra juventud, las condiciones estaban reunidas para que surgiese en la República Dominicana un movimiento aglutinador basado en la contestación cívica no violenta similar a los de Nelson Mandela y Martin Luther King. Desafortunadamente, ante elementos tan destructivos como los que resquebrajaron el movimiento antitrujillista, a los que acabamos de hacer alusión, un Mandela o Luther King dominicano no tenía la menor posibilidad de prosperar.

En el Africa del Sur de Mandela se instituyó la llamada Comisión de la Verdad y la Reconciliación, encargada de ventilar y sancionar, sin espíritu de venganza pero sí con ánimo de justicia, los desmanes del apartheid. En cambio, aquí, en nuestra República Dominicana, gracias al polémico “Borrón y cuenta nueva”, los cómplices de la tiranía nunca tuvieron que responder por sus crímenes y desafueros, Joaquín Balaguer logró convertirse por largo tiempo en el árbitro supremo de la política dominicana y, no menos significativo, la izquierda se vio utilizada por reciclados del trujillismo prestos a dar vociferadamente a diestra y siniestra, en un intento de ocultar su pasado ignominioso, lecciones de patriotismo y de moral a los demás.

Lo que acabo de decir a propósito del potencial de lucha que ofrecía la contestación cívica no violenta, potencial que por desgracia se vio desperdiciado, se aplica fundamentalmente, y en primer lugar, a la lucha que el pueblo dominicano entabló con denuedo y gallardía, en los años 61-62, a raíz de la desaparición de la tiranía trujillista. Pero la oportunidad de llevar a cabo un amplio movimiento de esa naturaleza se presentó también después del golpe de Estado, a causa del malestar político y social que en esos tiempos reinaba en el país. Y fue esa oportunidad la que los miembros de la vieja guardia del PSP, al igual que la línea de Angel Miolán en el PRD, tuvieron la lucidez y el tino de captar.

En el próximo artículo ahondaré en lo que, a mi juicio, constituye el legado político de la vieja guardia del PSP.

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