Los dominicanos hemos sido incapaces de resolver aquellos problemas que reclaman de planificación y de una atenta ejecución. Pareciera que nuestra educación nos forma solo para abordar las cuestiones sencillas y elementales. Pongamos dos ejemplos: el transporte urbano y la producción y suministro de energía eléctrica.
No hay que decir mucho de los problemas derivados de nuestro transporte urbano. No solo en la Capital de la República, sino en las principales ciudades del país como Santiago, Puerto Plata, San Pedro de Macorís, La Romana y, por supuesto, en la provincia Santo Domingo, la más populosa. El parque vehicular crece de manera continua desde 1962, pero este fenómeno no ha sido acompañado de una red vial que responda a ese incremento. Se agolpan calles y avenidas sin aparente planificación. A este hecho se suma una curiosa costumbre dominicana: cada vez que se plantea un problema se piensa en una nueva legislación y en la creación de un nuevo organismo. ¿Cuántos organismos tenemos que se ocupan del transporte urbano? Son muchos y en los últimos tiempos hemos visto cómo el ministerio de Obras Públicas dedica buena parte de su tiempo y de sus recursos económicos y humanos a cuestiones propias de las entidades responsables del transporte urbano e interurbano.
Hay que contar, en este tema del transporte de vehículos, con la finísima educación cívica que exhibimos los dominicanos, choferes o transeúntes, en nuestras calles y avenidas y también en las carreteras. En nuestras vías brotan, de manera espontánea, nuestros arranques temperamentales, nuestra propensión a la ira y esa intolerancia que nos viene de la Era.
Mientras, no resolvemos el problema del transporte público, a pesar de que el mismo ya constituye un preocupante tema de salud pública y de economía nacional y economía familiar. Pero que conste, nos queda la creciente burocracia nacida para resolverlo.
En otra entrega hablaremos del tema energético.