Por qué no quieren mujeres gobernantes

Por qué no quieren mujeres gobernantes

Rafael Acevedo Pérez

Aceptar que una mujer nos gobierne no es propiamente un asunto de machismo. De hecho, muchos hombres encuentran acomodación en que una mujer decida y disponga respecto al manejo del hogar, de negocios y otros asuntos familiares, sin sentirse disminuidos.

En nuestras culturas, la mujer, especialmente la madre, suele tener un rol-estatus sagrado. Ellas son más que una reserva moral, y aún para los no creyentes es un símbolo de gran respeto el cual preservamos y no exponemos a situaciones de peligro.

De hecho, no las queremos en medio ni cercanas a ciertas actividades; tanto porque si “mi mujer” o “mi madre” están involucradas en algo delicado o peligroso, esto equivale en determinadas formas a que “yo estoy” involucrado, pero por los flancos más vulnerables del varón adulto (aún desde niño).

En el plano público, son pocos los países que pueden ser gobernados por mujeres. Es especialmente difícil imaginarse el conflicto de Ucrania, o el de los intereses de los fabricantes de armas que son quienes parecen decidirlo, en manos de respetables damas, en vez de por lobistas, congresistas y grupos de poder.

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Hay países como Chile donde la institucionalidad democrática ha permitido algunos intentos interesantes y hasta exitosos; jamás en países donde los conflictos estructurales y las expectativas populares cuestionan la legitimidad de los Gobiernos de manera permanente.

En los países cercanos a “Frontera Imperial” de los americanos, que son rutas o destinos de los grandes negocios del narco y del lavado, se requieren hombres para manejar tanto la “parte viril” de los conflictos, como la parte “sucia o impublicable” del manejo de muchos asuntos importantes.

En estos cuadros sociopolíticos, nadie probablemente quiera una mujer manejando esas negociaciones, que suelen incluir la eliminación física de actores principales.

Nuestros países, hasta ahora, rara vez disfrutan períodos en los que una Miriam Germán pueda gobernar sin altos riesgos. Pero tampoco nosotros queremos arriesgarnos a sufrir algún escenario de “magno-feminicidio”.

Y lo cierto parece ser que ni los yanquis, ni los cardenales, ni los piratas; como tampoco oligarcas, ni militares ni narcos, como tampoco los guerrilleros querrían siquiera imaginarse que gobierne alguien que no sea “legítima y con toda justicia” fusilable, eliminable.

El quid de la cuestión es que las mujeres no son aceptadas en “negocios sucios”, tales como contrabando, tráfico de estupefacientes, lavados financieros y docenas de otros más.

Una mujer no puede ser la contraparte de un hombre que se respete como varón o macho. Perdería reputación si osara ofenderla, chantajearla o amenazarla. No puede cobrarle a “lo macho”.

La mujer no puede ser privada o secretamente declarada corrupta en determinados tipos de negociaciones en los que el precio de fallar sea la muerte.

Los grupos de poder, políticos, negociantes, empresarios, ligados a determinados tipos de negocios, suelen preferir gobernantes hombres, corruptos o corruptibles, capaces de matar y robar, pero al mismo tiempo candidatos a ser asesinados.

La “psicología feminista” suele no entender que el asunto se trata de incompatibilidades sistémicas. No de machismo, sino de algo básicamente estructural-funcional; no cultural.

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