En la tradición partidaria europea se establece como norma esencial de respeto a la ciudadanía y a la militancia de las organizaciones renunciar a los puestos cuando una acción vergonzante descalifica al dirigente y/o el desempeño electoral arruina la credibilidad de la dirección institucional. Los socialistas españoles tienen en Felipe González, Rodríguez Zapatero y Pérez Rubalcaba, ejemplos de líderes con sentido de la historia que ponen distancias de la operatividad diaria del PSOE para habilitar a nuevas generaciones en el mando y crear ofertas atractivas y de gran potencialidad al electorado.
Desde siempre, el PRD ha tenido en la propuesta social-demócrata española un referente a emular. Con Peña Gómez existió una conexión y sentido de compromiso que, con el paso de los años y la toma del control partidario por la franja conservadora, quedan como letra muerta. Aunque en las sociedades con mayor nivel de desarrollo que el nuestro, los liderazgos políticos exhiben una profunda sintonía con los parámetros éticos de la ciudadanía, no constituye un ejercicio de tontería demandar de los exponentes criollos una mayor consistencia y respeto por las reglas de la alternabilidad.
Como los políticos nuestros parecen eternos, la movilidad y cambios experimentados en todos los segmentos se tornan muy lentos en el mundillo partidario, generando un nivel de desconexión entre la realidad y la ficción, creando alrededor del dirigente un círculo de áulicos en capacidad de transformar a cualquier retardado en “líder”. Por eso, se perpetúan en los cargos, no ceden espacios y nunca escuchan la valoración de los que están colocados fuera del fan club que le adula. Así andan “eternizados”, y cuando las reglas del juego cambian, se encuentran en la orfandad y desdeñados por la gente decente que los abuchea en lugares públicos manifestando la altísima dosis de ira respecto de ellos.
Pretender que el pobre desempeño del PRD en las elecciones del pasado 15 de mayo tenga como respuesta la renuncia del presidente del partido representa un desconocimiento de las tuberías de complicidad y beneficios derivados de tal condición porque, contrario al modelo partidario europeo, aquí no se rinde cuentas por la gestión institucional y el actual titular del partido blanco, poco le importa el ingreso electoral al diminuto mundo de chiquitolandia de una organización que en el año 2012 consiguió 47% de los votos. Para los fines políticos/financieros de Miguel Vargas Maldonado, el 5% es el número mágico para acceder oficialmente al tren gubernamental, y desde allí, desempeñar un cargo, hacer negocios y mantener a su clan, bajo la falsa ilusión de que los puede conducir a un bienestar conectado al presupuesto nacional.
Vargas Maldonado tiene en el PRD su único mecanismo de legitimidad en el seno de la sociedad y su fuente de validación. No escribe un artículo de opinión, se le dificulta exhibir dominio temático sobre un tema de interés nacional, nadie conoce una disertación suya en un centro académico y las escasas visitas a los programas de panel tienen de común denominador a comunicadores cómplices, impedidos de cuestionarlo sobre temas que requieren profundidad y capacidad de análisis. Por eso, el mejor negocio para él es mantener el control formal de las siglas partidarias, y desde ahí, sobrevivir amparado de la benefactora mano estatal.
La verdadera batalla institucional consiste en devolverle al PRD a los sectores democráticos que, desde la acera opositora, contribuyan al debate de las ideas creando las bases de coincidencias para un país mejor. Y en ese esfuerzo ganan todos los sectores de la vida nacional, incluyendo a un oficialismo que sabe lo “barato y efectivo” de contribuir sin esperar beneficios económicos .
Aquí todos sabemos cuál es el político que la gente no quiere. Inclusive, él conoce perfectamente sus niveles de impugnación. Ahora bien, jamás renunciaría porque retener lo que posee mediante métodos indecorosos representa un salvavidas para poder respirar el aire de los negocios que tanto han disminuido al partido de la esperanza nacional.