¿Por qué se desprecia la verdad?

¿Por qué se desprecia la verdad?

JOSÉ BÁEZ GUERRERO
El presidente de British Petroleum acaba de perder su puesto tras descubrirse que mintió al explicar cómo conoció a su amante homosexual. El retiro prematuro encierra dos lecciones sobre la importancia de la verdad: la primera es que mentir le costó una millonada en términos de beneficios dejados de percibir; la segunda es que el público inglés no tolera mentirosos, aun cuando hagan lo que les plazca con su vida privada.

 Entre nosotros ocurre al revés. A quien miente olímpicamente se le considera –casi siempre– un “tiguerazo” digno de admiración. Políticos, empresarios, periodistas, y hasta otra gente más importante, miente impunemente.

La verdad es un bien escaso, como he comentado antes. Según la mejor teoría económica, debe por tanto ser cara.

Hay tanta mentira circulando, que cada día la verdad se hace más preciosa. Por eso, cuando un político necesita desacreditar o disminuir el valor de las posiciones de su adversario, lo primero que ataca son sus verdades. Así, no es raro que el PRD y sus economistas confesos quieran desacreditar las estadísticas oficiales sobre el crecimiento y la inflación. Hay que destruir esas verdades, porque contrastan agudamente con los numeritos del desempeño propio cuando ellos fueron gobierno.

A mi casi me da risa el empeño de ciertos economistas por desprestigiar las estadísticas oficiales. Cualquier político sensato de un país donde la disparatología tuviera menos auge, aprovecharía la estabilidad y el crecimiento para reclamar atención a otros problemas que hasta los apologistas oficiales reconocen que han sido descuidados. Pero en vez de proponer soluciones a la interminable crisis eléctrica (que ellos agravaron con la ruinosa recompra a Unión Fenosa tras su quiebra de Edenorte y Edesur); en vez de sugerir cómo mejorar el transporte de pasajeros y de carga (que ellos agravaron corrompiendo falsos sindicatos regalándoles cientos de millones de pesos); en vez de unirse al clamor nacional para que aumente la inversión estatal en salud y educación; estos genios de la economía y la política prefieren dedicar sus mayores esfuerzos a dos cantaletas: hay que devaluar el peso, y las estadísticas sobre crecimiento e inflación están falsificadas.

Es claro que esa posición política tiene un solo fin, que es agravar en vez de mejorar la situación del país, para cosechar así los frutos del descontento. Una devaluación del peso implica un deterioro de las finanzas públicas, pues todo –desde la deuda hasta la compra de petróleo— requeriría de muchos más pesos. Al mismo tiempo, la descarada campaña para desprestigiar las estadísticas, que indican un crecimiento admirable de más de un 10% y una inflación de alrededor de un 5%, da pena por lo fallida que resulta. Todas las calificadoras de riesgo, entidades privadas independientes, dan crédito a los numeritos oficiales. Todas las agencias internacionales, FMI, BID, Banco Mundial, CEPAL, también desmienten los temores y la propaganda perredeísta.

Lo que a mi me llama más la atención es cómo los principales voceros económicos del PRD prefieren quemar neuronas atacando insensatamente los logros del gobierno, en vez de ocuparse de sus debilidades. Una explicación es que quizás son unos pragmáticos, pero en un sentido filosófico. El pragmatismo, propuesto a finales del siglo XIX por un hermano del novelista Henry James, postula que la verdad sólo existe cuado es útil a quien cree en ella. El diccionario dice que el pragmatismo “busca las consecuencias prácticas del pensamiento y pone el criterio de verdad en su eficacia y valor para la vida”.

El poco respeto por la verdad que demuestran muchos políticos criollos contradice el valor que debería tener, por escasa. Quizás el pueblo prefiere batata en vez de diamantes.

j.baez@codetel.net.do

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