¿Por qué se enojan ante el recuerdo del Bosch verdadero?

¿Por qué se enojan ante el recuerdo del Bosch verdadero?

Este 20 de octubre se cumple otro aniversario del retorno de Juan Bosch al país tras un exilio de 23 años, durante el cual desarrolló una exitosa carrera como escritor y también como político.

En 1939 había fundado en Cuba el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y venía con planes de revolucionar la vida dominicana, promoviendo cambios sociales importantes en base a ideas socialdemócratas parecidas a las de su amigo Pepe Figueres, presidente de Costa Rica.

En estos días, con motivo del centenario del nacimiento de Bosch y porque el gobierno declaró a este como “El Año de Bosch”, hay un torrente de publicaciones honrando su memoria y destacando, merecidamente, las mejores facetas del poliédrico estadista y prócer dominicano. 

Pero los apologistas de Bosch se enojan cuando se les recuerda que don Juan tenía un temperamento irascible y que muchos de sus predicamentos fueron consecuencia de sus propios errores. Quizás nada ilustra tanto cuán apasionado podía ser Bosch que la anécdota contada muchas veces por don Antonio Guzmán acerca de la reacción de Bosch cuando, a mediados de 1973 dirigentes del PRD intentaban mediar para recomponer su deteriorada relación con José Francisco Peña Gómez, a quien el propio Bosch había promovido como un portento y ejemplo para la juventud dominicana, al punto de dedicarle uno de sus libros.

Deshacerse de Peña Gómez, anularlo políticamente o expulsarlo del PRD no sería cosa fácil, como había resultado en ocasiones anteriores cuando Bosch se proponía distanciarse o alejar de sí a alguno de sus seguidores. Tras lograr que Bosch le escuchara pacientemente por varios minutos, Guzmán concluyó su argumento con esta frase: “Juan, tienes que tener cuidado. Peña Gómez no es Miolán”, en referencia a cómo Ángel Miolán, fundador del PRD en La Habana en 1939, había sido relegado por Bosch a una relativa insignificancia.

Bosch se puso de pie como impulsado por un resorte. Caminó con pasos largos frente al sofá donde quedaba sentado Guzmán. Y abriendo los brazos en un gesto teatral, dijo: “¡Antonio, y qué miedo le tienes a ese prieto! No, no, no… ¡Ningún miedo! A ése lo aplasto yo así, ¡como a una cucaracha!”, repetía varias veces Bosch, mientras movía el pie derecho levantando el talón y girando la punta como cuando se mata un insecto.

La grandeza de Bosch permite recordarlo como realmente era.

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