Es frecuente escuchar de ciudadanos preocupados por la profunda crisis por la que atraviesa la nación haitiana, si la frontera está o no cerrada o resguardada. Desde el discurso oficial, la respuesta es positiva. Es decir, funcionarios civiles y militares dicen y reiteran que la frontera dominico-haitiana está herméticamente cerrada. Otros son más cortantes, está blindada. Quienes hacen la pregunta parten de unos hechos que les obliga a expresar dudas a través de una pregunta retórica que busca una respuesta razonada a lo que está ocurriendo.
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¿Qué es lo que está pasando? A diario los medios de comunicación, electrónicos y escritos, reseñan el ingreso de haitianos por puntos agrestes de la frontera, con frecuencia ante la mirada indiferente de militares. Luego, las redes sociales ponen a rodar imágenes de vehículos detenidos en puntos lejanos de la faja fronteriza, cargados hasta más no poder de ciudadanos haitianos que procuran y aceptan que los movilicen como sardinas. Esas imágenes producen cierto morbo cuando un agente de Migración, de los que han participado en la detección de la ilegalidad, comienza a contar según los extranjeros salen de los vehículos. Es el bochorno de la “frontera cerrada”, de la “frontera sellada”.
Es evidente que toda la región de los casi 400 kilómetros de frontera necesita ser resguardada con mayor hermetismo y rigor, y con atención a las normativas que al efecto están consignadas en la Constitución de la República y en las leyes migratorias. Porque no se trata de nada del otro mundo, sino de cumplir con la Carta Magna y las leyes. Nada más.
Pero no nos llamemos a engaños, desde tiempos inmemoriales hablamos del macuteo en la frontera, de la monetización de los “permisos” para dejar pasar a personas que, se sabe, no regresarán a su país.
Ante esta realidad, el rigor que se pone para detener a los indocumentados pierde sentido. Porque poco después de ser detenidos, regresan al país. Tenemos que ponernos claros.