Como sucede cada vez que hay alzas de tarifas en los colegios privados, justificadas o no, la prensa dedica atención al asunto resaltando cómo los padres de los escolares pegan el grito al cielo por el creciente costo de la instrucción. Parece como si sólo irrita el precio porque muy poco se dice de la calidad.
He visto casos de bachilleres graduados con honores en varios de los colegios bilingües más caros de Santo Domingo que al llegar a alguna universidad en los Estados Unidos o Europa descubren cuán flojos están en matemáticas y ciencias. Ser de los mejores aquí apenas significa ser poquito más que los peores de allá.
La cuestión es que en medio de tanto debate sobre la educación, dada la pésima calidad de la mayoría de las escuelas públicas, casi nadie se ocupa de reclamarle a los colegios cuyas tarifas son estratosféricas por la calidad de su oferta educativa.
Este detalle nunca resalta entre el justificado clamor para que el Gobierno aumente la inversión en la educación. Lo que se pide es que en el presupuesto se asigne una partida equivalente a cuando menos un 4% del PIB para la educación. Este año se ha incluido un aumento importante para llegar casi a un 2%.
Estoy de acuerdo con dedicar más recursos públicos a la educación. Creo que nadie en su sano juicio no está de acuerdo con este reclamo. Pero a veces el debate sobre la educación pierde de vista que ella sola no soluciona nada. Está por ejemplo el caso de Cuba, donde tras medio siglo de castrismo no quedan analfabetas, tienen licenciados y doctores por pilas y hasta científicos nucleares, pese a que su agricultura depende de escuálidos bueyes. Allá hay toda la educación del mundo pero es un país hundido en la miseria.
Cualquier país del mundo puede dedicar enormes sumas de dinero a la instrucción pública y ello solo no es garantía de que la economía funcionará para abreviar la brecha entre ricos y pobres y generar riquezas suficientes para el bienestar colectivo.
Antes que aumentar la inversión del Gobierno en la educación, a los dominicanos nos hace falta organizar mejor cómo gastamos lo que tenemos hoy, pues contamos con la triste distinción de uno de los peores sistemas de instrucción pública del mundo. Y la privada, no es que sea tan mejor