¿Por qué una elección que cambiará tan pocas cosas importa tanto?

<P>¿Por qué una elección que cambiará tan pocas cosas importa tanto?</P>

POR MARTIN WOLF
Financial Times
Esta carrera presidencial no es una elección corriente. Y no lo es porque el resultado pudiera curar las divisiones culturales, sociales y políticas del país, generara armonía entre Estados Unidos y sus aliados, o eliminara los puntos económicas vulnerables de EEUU. Lo que la vuelve importante es que es un referendo sobre la dirección que George W. Bush le ha dado a la “única superpotencia” del mundo.

En 1966, cuando visité EEUU por primera vez, me sorprendió la armonía del país. La respuesta al movimiento por los derechos civiles reveló que los estadounidenses seguían divididos por conceptos de raza, aunque la mayoría comprendía que debían cumplirse las demandas de igualdad racial. Aparte de esto, sin embargo, los conflictos de clase y sistemas económicos presentes en Europa aquí estaban ausentes. El “Macartismo” era historia, y no se debatía el papel de la empresa privada ni el “New Deal” de Franklin Delano roosevelt.

Sin embargo, esa armonía resultó ser equívoca. Pronto harían erupción las divisiones, bajo las presiones de la guerra en Vietnam y la revolución social y sexual de Occidente de los años 60.

En su autobiografía, el ex-presidente Bill Clinton fija el momento en la convención presidencial demócrata de 1968, en los choques entre los partidarios de Eugene McCarty y la Policía de Chicago:

 “Los muchachos y sus partidarios veían al alcalde y a los policías como fanáticos autoritarios, ignorantes y violentos. El alcalde y su policía de cuello azul ca veían a los muchachos como unos chicos bocones, inmorales, apátridas, flojos, de las clases altas, demasiado malcriados para respetar la autoridad, demasiado egoístas para apreciar lo que cuesta mantener unida la sociedad, demasiado cobardes para servir en Vietnam […]  El fanatismo fugaz de la izquierda ya había desencadenado una reacción liberal en la derecha, una que resultaría más duradera, mejor financiada, más institucionalizada, con más recursos, más adicta al poder y mucho más hábil para obtenerlo y retenerlo”.

Esta escisión, en realidad, terminó con la hegemonía del Partido Demócrata de Roosevelt, que a partir de ahí perdió el respaldo de los demócratas de criterios fuertes que ahora conocemos como los “neoconservadores”, muchos trabajadores de cuello azul y el Viejo Sur. En el proceso, convirtió a los demócratas en lo que ha sido en ocasiones un populacho ineficaz. También transformó a los republicanos del partido tradicionalmente aislacionista de los grandes negocios, conservadores del club campestre y agricultores del Medio-Oeste, en la potente mezcla de liberadores económicos, nacionalistas, fundamentalistas cristianos y autoritarismo social que vemos hoy. Estas heridas, tan visibles en estas elecciones, no van a sanar pronto. 

En cualquier caso, es poco probable que el resultado de estas elecciones hagan mucho por cambiar las relaciones de EEUU con Europa, como muchos esperan. Con el fin de la guerra fría, las divergencias entre las actitudes de EEUU y Europa hacia la fuerza militar, la legitimidad y el papel de las instituciones multilaterales, las causas del conflicto israelí-palestino y hasta la “guerra contra el terrorismo” son demasiado profundas para que se puedan zanjar fácilmente, esté quien esté en el poder en Washington.

Si resulta electo, John Kerry demandará más ayuda de los europeos en Irak, que para los europeos resultaría incómodo resistir y difícil de conceder. El señor Kerry le le daría veto a Europa sobre las decisiones de emplear la fuerza. El abismo entre una superpotencia militar y los pigmeos europeos no se va salvar. Tampoco el señor Kerry llevará a EEUU al tratado de Kioto, ni lo incorporará al tribunal criminal internacional, a ratificar el tratado de prohibición de pruebas, ni, por supuesto, convertir a EEUU en el manso gatito multilateralista que se imaginan los europeos. Sobre el comercio, pudiera ser un proteccionista más agresivo que el señor Bush.

Tampoco estas elecciones prometen la eliminación temprana de los puntos vulnerables de una superpotencia que cada vez más vive del préstamo. Según la tendencia actual, afirma HSBC, el déficit de la cuenta corriente pudiera llegar al 8% del producto interno bruto a finales de la década, del 6% de hoy. Esto podría llevar las obligaciones externas netas de EEUU al 90% del PIB, contra la cifra de cerca de 40% de finales de este año. 

Si se llegara en realidad a ese enorme incremento en el déficit externo, sería imposible reducir el déficit fiscal, como prometen ambos candidatos, mientras se disfruta de la fuerte demanda interna que esperan los norteamericanos.

Por el contrario, a menos que el sector privado estuviera preparado para soportar un déficit fiscal mucho mayor que el pico de la burbuja en el año 2000, el déficit fiscal estallaría. El dólar tiene que caer por un largo trecho de donde se encuentra ahora, si el déficit de la cuenta corriente con empleo pleno fuera a disminuir. Solo entonces el déficit fiscal se reduciría. Pero ninguna de las partes admite  la extensión de la vulnerabilidad de la economía.

Tampoco parte alguna admite que será necesario que se produzca un incremento sustancial en los impuestos en algún momento, si es que los norteamericanos desean disfrutar tanto de los servicios de un estado moderno como de su abrumadora preponderancia militar. Pero al menos, a los demócratas les falta la fe de la administración actual en los recortes de impuestos y la indiferencia ante los déficit persistentes.

¿Por qué entonces se considera histórica una elección que pudiera no cambiar tantas cosas como muchos suponen? La respuesta es que va a decidir el rostro que EEUU le muestre al mundo. Como observa Anatol Lieven, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2002 ventilaron los rescoldos del nacionalismo.* También convirtieron a EEUU en un imperialista democrático. La idea de que EEUU debería imponer la democracia liberal por la fuerza tiene atractivos, pero está resultando ser impracticable.: cada día queda más claro que el Oriente medio no es la Alemania posterior a 1945. 

Estas elecciones serán la comprobación por el pueblo no solo de las aspiraciones de la administración, sino de su realización. ¿Puede el país, en este caso EEUU,  que empezó una guerra a partir de supuestos falsos y creó el fenómeno de Guantánamo y las humillaciones en la prisión Abu Ghraib ser también el líder admirado de la humanidad? ¿Puede ejercer la influencia benigna que desean los que quieren el bien?

No hay ninguna transformación en oferta, ni para EEUU internamente, ni en sus relaciones internacionales. Sin embargo, la reelección de George W. Bush sería significativa. Por muy reducido que pudiera ser el margen, los estadounidenses habrían ratificado su senda de excepcionalismo militarista. Con razón o sin ella, el resto del mundo vería el resultado como la declaración de indiferencia de Estados Unidos. 

*America Right or Wrong (HarperCollins/Oxford University Press)
TRADUCCION: IVAN PEREZ CARRION

Publicaciones Relacionadas