Por qué una mala dieta nos agría el carácter

Por qué una mala dieta nos agría el carácter

La sensación de hambre nos vuelve impulsivos, nos descompone y nos lleva a que perdamos la compostura ante la circunstancia más insignificante.
Con esa impresión de estómago vacío, la grelina, la hormona que determina el apetito, se revuelve contra sí misma y contra nosotros a golpe de mal humor y comportamientos irreflexivos.

Así lo han comprobado investigadores de la Universidad de Gotemburgo (Suecia) recientemente en ratas. “El aumento de la grelina hasta niveles que se dan antes de las comidas o durante el desayuno provoca que actuemos de manera impulsiva y tomemos decisiones que no son muy racionales”, indica la endocrinóloga sueca Karolina Skibicka, una de las autoras del estudio. Hasta ahora sabíamos que si vamos al supermercado con hambre, es decir con los niveles de grelina por las nubes, seguramente llenaremos el carro de la compra muy por encima de nuestras necesidades y desbaratando nuestras previsiones.

La investigación de Gotemburgo nos pone además en alerta porque en estas condiciones nos comportamos irascibles e incluso más agresivos de lo normal.

“La hormona del hambre determina la actividad del área tegmental ventral, que es la región del cerebro que regula la alegría, la sensación de bienestar y otras emociones”.
Según Ramón de Cangas, dietista y nutricionista, el hambre nos asalta habitualmente cuando sometemos a nuestro organismo a dietas desequilibradas y/o hipocalóricas. La sensación de vacío en el estómago nos avisa de una necesidad primaria y activa inmediatamente los mecanismos de alerta, desencadenando si es preciso la ira, el enfado y el mal humor.

“Solo una dieta personalizada y elaborada por un profesional puede ayudarnos a minimizar esa sensación de hambre que tanto perjudica a nuestro estado de ánimo y a nuestro rendimiento físico e intelectual”, indica De Cangas. Por el contrario, de un plan de adelgazamiento sin control y poco profesional solo podemos esperar los siguientes efectos:

-Un estado continuo de ansiedad. Ocurre a menudo con las dietas milagro.
– Peor rendimiento físico e intelectual. Por ejemplo, varios estudios relacionan la ausencia de desayuno o un desayuno deficiente con efectos nocivos sobre nuestro rendimiento cognitivo. Por eso, tan importante es la ingesta total de kilocalorías como el reparto de macronutrientes a lo largo del día en las diferentes comidas.
– Un estado de ánimo alterado y más vulnerable ante cualquier contratiempo cotidiano. Menor capacidad de autocontrol.

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