La presencia de la violencia en la escuela no es un hecho reciente. Los centros educativos en nuestro país tanto en educación básica como media han mostrado históricamente un funcionamiento interno permeado por el ejercicio de violencia entre los distintos actores: docentes-estudiantes, directivos de centros-estudiantes, padres/madres con estudiantes y policía escolar-estudiantes. (Vargas/PLAN RD 2010)
La escuela refleja la violencia presente en nuestra sociedad desde un espacio cerrado en el que se agudizan los problemas no-resueltos estructuralmente de: desigualdad de género, masculinidad hegemónica-violenta, racismo, verticalidad, autoritarismo, lucha de poder, abuso-acoso sexual, consumo y venta de sustancias, bandas juveniles, entre otro.
El contexto social donde están insertos los centros educativos se caracteriza por una vida cotidiana donde la violencia norma la vida social, marca las prácticas de crianza y de interacción en las familias y comunidades y excluye el ejercicio de derechos de la niñez y adolescencia.
Los centros educativos funcionan como islas desconectadas de la realidad, del contexto sociocultural del estudiantado y con ello las situaciones de riesgos que viven de violencia de género, abuso sexual, discriminación racial y por su identidad de género (LGTBIQ) así como de enfrentamiento entre bandas juveniles desde luchas de poder territorial y de hegemonía en las actividades de recolección de dinero-fácil que incluyen microtráfico y actividades en conflicto con la ley.
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Se ha creado un gran muro-barrera físico y social con las comunidades con la excusa de una “protección” que expone el espacio educativo a un mayor riesgo y vulnerabilidad porque crea un ambiente interno hostil y poco amigable para la población estudiantil y su contexto social.
Las medidas disciplinarias de expulsión se revierten contra la escuela. Por el contrario, ese estudiantado debe ser parte activa de propuestas participativas desde el estudiantado de formulación de estrategias desde prácticas de cultura de paz en las que los patios, recreos se conviertan en espacios recreativos amigables de creatividad y construcción colectiva de modo que la alegría y las relaciones horizontales sean parte de las herramientas de enfrentamiento de la violencia.
El sistema educativo debe reconocer los componentes de la realidad de la población adolescente y joven para integrarla al proceso educativo. Sus exponentes al interior del aula deben convertirse en co-facilitadores del proceso educativo con actividades y propuestas de articulación cotidiana problematizante con el currículo activo.
Cada comunidad rural, barrio, municipio tendría así una dinámica escolar distinta en la educación media liderada por jóvenes y adolescentes exponentes de las manifestaciones culturales juveniles desde los distintos ámbitos y en conexión con la realidad del barrio o comunidad. Estas dinámicas pueden tener iniciar desde ya en los centros educativos de tanda extendida.