Como siempre decía mi inolvidable Doña Negra, el hombre sabe cuándo nació, pero desconoce el día en que morirá.
Mis amigos deben saber que tengo un concepto claro sobre lo que es la vida.
Me adelanto a decirles que mis médicos José Joaquín Puello y Rafael Ramírez, en CECANOT, ya me convencieron de que debo dejarme hacer una cirugía para resolver las secuelas dejadas por el inicio de un Accidente Cerebro-Vascular que me afecto hace un año y seis meses.
Esa operación es detrás de la nuca y me podría normalizar el ojo derecho y evitar que los músculos de mi rostro se contraigan.
De los médicos amigos, como son el propio José Joaquín, Mirna Martínez de Puello y Tony Giráldez Casasnova, he aprendido que cualquier cirugía, por pequeña que sea, entraña muchos riesgos.
Tal vez logre engañar a la odiosa y temible Parca, pero -por si no lo consigo, quiero que ustedes recuerden las siguientes cosas:
Primero, a mis amigos y conocidos los he amado con sus virtudes y defectos.
Segundo, siempre me he cuidado de no realizar actos por los cuales mis hijos, esposas, hermanos, vecinos, compañeros de labores o simples conocidos, tengan el por qué avergonzarse.
Tercero, nunca dudé en que mi vida debía servir a los mejores intereses de la patria y a no titubear a la hora de defender los principios revolucionarios.
Cuarto, con las enseñanzas prácticas de mis madres Doña Negra, Gabriela, Tera y Orfelina, cultivé el principio de la solidaridad, cosa que ahondé al establecer amistad con El Teórico Jimmy Sierra, Leo Corporán, Juan Ramón Moreno (Nilson), Andrea Jiménez y Carlos Bienvenido Arias.
Quinto, si no despierto, sepan que mi gran orgullo ha sido el salvamento de 14 niños que pudieron sobrevivir gracias a la decisión tomada por la directiva de la Asociación de Cronistas Deportivos de Santo Domingo (ACD), de la cual era su presidente.
Los padres de esos niños, tampoco el hospital Robert Reid Cabral, tenían el dinero para comprar bombas hidrocefálicas a fin de evitar la muerte inminente de esos infantes, por lo que decidimos a unanimidad sacrificar un premio en metálico del Grupo Malla y donar los instrumentos médicos requeridos.
Sexto, ningún secretario de Deportes pudo darse el lujo de comprar mi conciencia para que escribiera a su favor o me quedase callado ante sus atropellos a las organizaciones deportivas del país.
Séptimo y último, como fiel seguidor de mi desaparecido padre Pedrito, amé intensamente a un nutrido grupo de bellas, elegantes e inteligentes damas que supieron elevarme a la más alta cumbre del sentimiento, cosa de la que no me arrepiento.
Sólo pido que, si no despierto, sepan comprender mi anhelo por vivir en una sociedad en donde todos tengamos las mismas oportunidades y que la amistad y el amor no estén condicionados a las condiciones materiales.
Mis hijos Sugeidy, Amaury, Dahiana, Dania Milagros, Iván Omar y Moisés, son mis grandes tesoros, junto a los millares de amigos y compañeros que siempre me extendieron sus manos en mis momentos difíciles.
Obviamente, todo esto lo escribo en esta columna por si acaso no puedo despertar jamás.