Por su dignidad

Por su dignidad

RAFAEL AUGUSTO SÁNCHEZ HIJO
“Es preciso educar al pueblo para enseñarlo a no envidiar el progreso y la felicidad de otros pueblos, sino a realizar los esfuerzos necesarios para alcanzar el propio progreso y el propio bienestar”. Tomado del libro “Al Cabo de los Cien Años” del licenciado Rafael Augusto Sánchez Ravelo.

Mi mente no tiene capacidad para poder imaginar de cual reconditez de la perversidad humana pueda aparecer un alma turbada que haya sido capaz de echar fango a la memoria y dignidad de un hombre como Rafael Augusto Sánchez Ravelo, quien no solo hizo aportes intelectuales valiosos a nuestra sociedad, sino que además, aportó una cuota muy importante de sacrificios y sangre en la lucha por la libertad y la democracia de nuestro país. Dos de sus hijos no tuvieron el placer de saborear los aires de democracia por haber ofrendado su vida en pos de sus ideales patrios. El primero, Guillermo Augusto Sánchez Sanlley, inmolado en la gesta gloriosa de junio del 1959 en las playas de Estero Hondo. El segundo, torturado física y mentalmente durante dos años y finalmente asesinado.

Me gustaría saber cuáles aportes patrióticos ha realizado el señor Diógenes Céspedes. Cuántos sacrificios ha tenido él que soportar para que en nuestro lar geográfico pueda existir una libertad de prensa capaz de tolerar ideas tan mendaces como las expresadas en su articulo “Rafael Augusto Sánchez Ravelo y la “nación” dominicana”, publicado por el periódico Hoy el 20 de septiembre próximo pasado. El artículo versa sobre la obra “Al Cabo de los Cien Años”, escrita por el liceniado Sánchez en 1944, con motivo del primer centenario de nuestra independencia.

El articulista debió hurgar más a fondo en la verdad histórica.

Rafael Augusto Sánchez Ravelo, virtuoso abogado, orador forense eximio, político honesto, gran escritor y poeta exquisito, buen padre, buen amigo, litigante leal en el debate jurídico y auspiciador de grandes transacciones en su época, como derivación de encendidos pleitos y en cuyo bufete se formaron abogados de la talla de Luis del Castillo Morales, Euclides Gutiérrez Félix y sus hijos Rafael Augusto y Augusto Luis Sánchez Sanlley. Fue, ciertamente ministro de Relaciones Exteriores de Horacio Vásquez, pero nunca lo fue en el gobierno de Trujillo. Al iniciar su período, el dictador acarició con mucha vehemencia la idea de que el licenciado Sánchez fuera su Canciller, pero éste no aceptó cargo alguno porque no compartía ni sus ideas ni su método de gobernar. Trujillo insistió en varias oportunidades de que le aceptara la cartera de Relaciones Exteriores o del cargo que él quisiera. No fue sino hasta el 1935 en que tuvo que ceder a sus convicciones para garantizar la vida de su sobrino Rafael Ramón Ellis Sánchez (Pupito), quien vivía desde su infancia bajo sus cuidados en su propia casa junto a la madre de éste, Angelina Sánchez Ravelo, su hermana. En efecto, Pupito, junto a José Selig Hernández, doctor Ramón de Lara, licenciado Eduardo Vicioso, doctor Buenaventura Báez Ledesma, Ulises Pichardo Pimentel, Manuel Joaquín Santana (Quinquín), Oscar Michelena y otros más, participaron a fines del año 1934 y comienzos del 1935 en el primer complot para eliminar al dictador en los albores de lo que sería una larga tiranía. Todos ellos fueron condenados a veinte años y posteriormente indultados por la “magnanimidad del Jefe”. Los interrogatorios realizádoles a estos jóvenes patriotas después de haber sido torturados y encarcelados están detallados en la obra “Dos Procesos de Nuestros anales Criminales”, escrito por Manuel Ángel González Rodríguez, ex-juez de Instrucción, e impreso por la Editora Montalvo en 1945.

Como chantaje político de Trujillo, al licenciado Sánchez se le llamó a la Fortaleza Ozama para entregarle personalmente a su sobrino e hijo de crianza y hacerlo responsable de todo lo que éste pudiera hacer o urdir en el futuro, a la par que le fue ofrecido por nueva vez un cargo en el gobierno. Yo considero que el amor paternal se debió imponer en esta circunstancia y así proteger la vida de los suyos, aunque fuera aceptando a disgusto un cargo en el tren gubernamental que a él no le simpatizaba. En esa tesitura ostentó a través de los años varios cargos públicos. A los pocos días del momento en que se produjo la expedición del 14 de Junio, el fotógrafo de la Marina de Guerra y amigo de infancia de Guillermo, Popó Báez, pasa por la pena de tener que retratar el cadáver de su amigo muerto en Estero Hondo. Así se entera el licenciado. Sánchez Ravelo de la muerte de su hijo. El mayor de sus hijos varones, Rafael Augusto Sánchez Sanlley (Papito), quien dirigía un grupo de la resistencia, fué presionado por Trujillo para que pronunciara un discurso de repudio a la expedición recién aniquilada, en la que había venido su hermano, a lo que éste se negó rotundamente, por lo que de inmediato formó parte de los encerrados en las ergástulas de muerte y tortura. Estuvo en las cárceles de la 40 y La Victoria. A los dos años fue asesinado. En julio de 1959, tan pronto su hijo Papito fue encarcelado, Sánchez tuvo el valor, la entereza y la dignidad, que tengamos conocimiento, de ser el único hombre que en toda la historia de la dictadura de treinta y un años le haya renunciado a Trujillo viviendo dentro del país. Concomitantemente, en el extranjero le renunció también como Embajador en Ecuador y desde Quito, su yerno, el doctor Homero Hernández Almánzar. Después de la renuncia, el señor Paíno Pichardo, uno de los colaboradores cercanos del “Generalísimo,” fue a visitarlo a su residencia a devolverle su placa de Senador y a informarle que Trujillo no aceptaba su renuncia, momento que él aprovechó, por medio de su visitante e interlocutor para ratificarle al dictador su renuncia irrevocable.

Relata Don Tomás Báez Díaz en sus memorias, que en una reunión celebrada a fines del 1959 en Villa Mella en la finca de Modesto Díaz, en la que participaron el anfitrión, el general Juan Tomas Díaz, Homero Hernández y el propio Don Tomás, Don Modesto le hizo a Sánchez Ravelo la petición de que asumiera la Presidencia Provisional de la República, una vez que se hubiera derrocado la dictadura, ya que consideraba que era el mejor candidato para ocuparla. Tal solicitud la hizo a través de Homero, la cual declinó amablemente, ya que nunca fue un hombre ambicioso.

¿Se le podría disminuir o menospreciar a los héroes del 30 de mayo su hazaña de finiquitar la tiranía por el hecho de que algunos de ellos hayan servido al dictador en algún momento? ¿Estarían ellos exentos del agradecimiento perenne del pueblo dominicano solo por haber estado cerca de su gobierno? No lo creo, hay coyunturas en la vida de los hombres que hay que saber analizar y comprender en su justa medida.

¿Con qué fundamento el señor Céspedes se atreve a expresar que la obra “Al Cabo de los Cien Años” del licenciado Sánchez Ravelo “no quiso publicarla en vida porque sus intereses estaban imbricados con los del autoritarismo trujillista”?

La obra de marras no la quiso publicar cuando él suponía la había terminado en 1944, por dos razones muy valederas: la primera era que no deseaba seguir el patrón y requisito sinequanon de la época, de la obligatoriedad de hacer alguna loa y dar alguna muestra de servilismo al régimen en cada publicación o discurso público, y segundo, obviamente, por seguridad de él y de su familia, ya que los conceptos en ella vertidos no iban a ser del agrado del dictador. La misma fue terminada poco tiempo antes de morir estando ya ciego. Por ello, en una parte aparece el uso de la i latina, y la parte que fue dictada a su secretario aparece la y griega. También, por la misma razón de no loar a Trujillo y no incluir ese personaje en su libro de biografías de dominicanos ilustres, no publicó la obra “Paradigmas”, viendo ésta su luz en 1994 gracias a la Fundación Barceló. Tampoco publicó otros libros en prosa y de poesía. Jamás publicó nada.

La obra del Centenario en sí, es visionaria, pues habla de realidades nuestras que desafortunadamente todavía están vigentes. Habla de cómo al terminar el período triste de la España Boba (1809-1821), cuya vida colonial discurrió “miserable y anodina”, y de cómo José Núñez de Cáceres cometió el error de declarar en 1821 una independencia para la cual todavía no se estaba preparado y a la que se le ha llamado “Independencia Efímera”, pues en un año ya las huestes haitianas habrían ocupado la parte oriental de la isla. Afirma, que aunque hubiera nacido la República el 27 de febrero de 1844, no había nacido la nacionalidad ni la democracia, porque el concepto de Nación no era aplicable al país en esos momentos. Creyó en esa época de 1944 que nuestros males podrían resolverse con poblar y educar, ideas muy sabias en ese momento. En la actualidad sólo se debe insistir en la educación, que ya he mencionado en mi artículo “Una Sociedad Política involucionada”. Habla de la falta del fervor cívico que ha hecho al pueblo dominicano una “colectividad conforme, resignada, dispuesta al acomodamiento y a la transacción y al peligro de quedarse en el camino”.

Al final, confía “en que algún día, cuando las generaciones dominicanas del presente, caducas, enfermas e inhibidas, yazcan en el polvo de los caminos inútiles, por encima de la masa vencida, se adelantarán las nuevas generaciones, sanas de cuerpo, limpias de espíritu, fuertes de intención y de voluntad, listas a crear un mundo nuevo sobre las ruinas que ahora estamos acumulando. Y que vivirán y lucharán, como en el sueño de Esquilo, unidas para amar y construir y no para destruir y aborrecer”.

¿Si estas ideas no son claras, realistas y esperanzadoras, entonces qué son?

Ojalá que la patria de Duarte, Sánchez y Mella pariera miles de Rafael Augusto Sánchez Ravelo y que hicieran los aportes que nuestro abuelo ha hecho. Y seríamos felices.

Que así sea. Y descansa en paz.

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