Por tercos y arrogantes

Por tercos y arrogantes

HAMLET HERMANN
En septiembre de 2005, el gobierno fusionó la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET) con el Departamento de Tránsito Vial de la Policía Nacional. Entonces opiné que la medida reflejaba una “ignorancia supina”. Me convencí de que los autores del desatino nunca habían leído el decreto del presidente Leonel Fernández que creaba esa institución.

Evidentemente, los funcionarios no habían logrado enterarse de que AMET no fue fundada para ser una institución policial represiva, sino un ente técnico que sirviera como punto de partida para la creación de una institución única con política única para el transporte.

Como era de esperarse, el doctor Franklin Almeyda, Secretario de Estado de Interior y Policía, respondió según su acostumbrado estilo. No en balde todo lo relacionado con la Policía Nacional es de su absoluta responsabilidad, ya sea la circulación de vehículos o los sangrientos intercambios de disparos protagonizados por miembros de esa institución. El ministro empezó descalificando al fundador de AMET por hacer ese tipo de señalamiento. Era de esperarse. Y puso en marcha la maquinaria del desorden en el tránsito.

Luego de dos años de tan perniciosa fusión de instituciones, debo corregir la calificación de “ignorancia supina”. Lo correcto habría sido calificarla de estúpida dado el grave deterioro de la circulación de vehículos y la evidente falta de autoridad de los agentes del tránsito en todo el territorio nacional. Los funcionarios no pudieron o no quisieron apreciar la inminencia del daño que esa decisión provocaría y la han mantenido con arrogancia durante dos años como si nada estuviera pasando. Mientras, el tránsito se deteriora día a día y la autoridad ha desaparecido de las calles porque se han empeñado en tratar de corregir el caos a través de las sanciones pecuniarias a los conductores y mediante el soborno a los grupos de transportistas. Como en muchos otros aspectos del manejo del Estado, prefieren reprimir y sobornar antes que educar.

No quieren entender que los problemas más complejos tienen las soluciones más sencillas. La circulación vial no se resuelve con soluciones puntuales ni operativos relámpago, como no se resuelve de golpe y porrazo una deficiente circulación sanguínea por el cuerpo humano. El tratamiento es lento y toma tiempo. Tratar de educar “a la mala” a los conductores adultos ha demostrado ser un gran fracaso. “Loro viejo no aprende a hablar”. Siendo esto así, los administradores del desorden debían enfocarse en las medidas sencillas y a largo plazo. Como diez años atrás empezamos a hacerlo. Quizás no les guste el tipo de solución porque no se gastan miles de millones de pesos en obras deslumbrantes que enriquecen súbitamente a unos pocos. Pero puede asegurarse que serían contundentes y definitivas.

¿Qué tal si se usa como instrumento de vigilancia y control a los hijos de los actuales conductores de vehículos? ¿Por qué no se trata de inducir a los niños y adolescentes a conocer las leyes del tránsito terrestre a través de verdaderos educadores para que ellos, a su vez, adviertan a sus progenitores contra cometer violaciones a las normas? La solución es demasiado simple: preparemos terrenos que simulen zonas urbanas para la enseñanza vial de menores de edad y coloquemos allí la señalización establecida en las leyes. Dispongamos de bicicletas o velocípedos o carritos “de golf” para que sean conducidos por los jóvenes de manera que aprendan desde temprana edad cuáles son las normas a respetar y cómo hacerlo. Las escuelas del país irían a esos lugares cada dos semanas y así, cuando los niños lleguen a la edad de optar por una licencia de conducción, habrán sido formados correctamente por profesores y no contaminados por sus alienados progenitores que viven en estado de rabia permanente producto de los tapones y la negligencia de los agentes de tránsito.

¿Demasiado simple? ¿A muy largo plazo? Sí, es verdad. Toma tiempo y hace falta paciencia pero, a la larga, algún resultado positivo se logra. Lo que sí ha demostrado ser inútil y contraproducente es reprimir y sobornar sin enseñar. A menos que el objetivo real de las autoridades sea mantener el caos en el tránsito para que el inconmensurable gasto en el Metro subterráneo sea justificado por el desorden permanente.

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