¿Por un “despotismo legal”?

¿Por un “despotismo legal”?

François Quesnay (1694-1774), economista francés y médico del rey Luis XV, fue uno de los primeros teóricos de la economía política, creadores de la doctrina fisiocrática (del griego “fisios”  -naturaleza- y “cratos” -poder-) doctrina que se pronuncia abiertamente a favor del “despotismo legal”. Los fisiócratas se interesan ante todo por los derechos económicos y, como el primero de ellos, por el derecho de propiedad, aunque abarca todo el derecho natural.

Me remonto a Quesnay basado en que “el pensamiento de los fisiócratas se ordena en torno a cuatro grandes temas: la naturaleza, la libertad, la tierra y el despotismo legal”. (J. Touchard: Histoire des Idées Politiques. / Presses Universitaires de France) y se menciona la famosa ocurrencia atribuida a Quesnay cuando le preguntaron qué haría si fuese rey.

-“No haría nada” -contestó-.

-“¿Y quién gobernaría?”

-“Las leyes” –repuso–.

He recurrido a Quesnay porque en verdad anhelamos un “despotismo legal”, una imposición intransigente, inconcesiva y firme de las leyes. Aquí, por tradición,  como en otras zonas que no han logrado establecerse dentro de regulaciones, la ley, las leyes, son gelatinosas, moldeables, y responden a un utilitarismo que no tiene nada que ver con lo que el filósofo británico Jeremy Bentham (1748-1832) entendía: un utilitarismo lógico y no maligno, ya que formuló como primera ley de la ética el llamado “principio de interés”, según el cual el ser humano se rige siempre por sus propios intereses, los cuales se manifiestan en la búsqueda del placer y la evitación del dolor, los “dos maestros soberanos” que la naturaleza ha impuesto a los humanos. Por tanto, el principio de interés ampliado es equivalente a un “principio de felicidad” no egoísta. Bentham se basa en un hedonismo social o colectivo, cuyo lema es: “La mayor felicidad posible para la mayoría”.

Difícil, ¿verdad? Siempre difícil, pero más aún en estos tiempos actuales, en los cuales se ha ampliado extensamente un hedonismo social o colectivo, o sea, un establecimiento del placer como fin y fundamento de la vida… pero sin que se tome en cuenta a los demás.

El hedonismo, las ambiciones desorbitadas, desatan guerras: minúsculas, pequeñas, grandes o inmensas.

Como afirma Touchard (op. cit) “Hasta la Revolución Francesa, la guerra continúa siendo una operación  limitada que no interesa al conjunto de la nación. Las guerras se deciden  y se manipulan en las cortes mediante acuerdos y alianzas. Los militares, mayormente mercenarios y aventureros, son poco considerados. Hasta la Revolución, algunos edificios franceses ostentan el rótulo: “Ni perros, ni lacayos, ni soldados”. Esa etapa pasó.

Pero aunque cambian las apariencias, las esencias hedonistas no varían, sino que amplían su voracidad con un traje nuevo. Más conveniente para las realidades del presente.

Aquí estamos penetrando cada vez más en el hedonismo exhibicionista.

Lo que necesitamos es un “despotismo legal” que castigue al culpable y libere al inocente, cual que sea el rango o situación social y política del imputado.

Y dejar el cuento de que no hay “vacas sagradas”.

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