Por un brote de transparencia

Por un brote de transparencia

La sospecha de que recursos del erario estarían siendo empleados para privilegiar a adeptos de la reelección del Presidente Leonel Fernández es un elemento que ciertamente enturbia el panorama electoral y atentaría contra la equidad que debe predominar en esta competencia democrática.

Por eso el Gobierno, al que se le imputa esta práctica,  debe satisfacer plenamente el requerimiento de explicaciones que le hace la Junta Central Electoral (JCE), que tiene la responsabilidad de juzgar el caso y aplicar los correctivos que fuere necesarios. Sería indeseable, hasta para el propio Gobierno y el partido que lo sustenta,  que quedasen dudas sobre un aspecto tan delicado como este.

Lo más saludable para el país sería la creación de instrumentos jurídicos que eliminen  la posibilidad de que los recursos del Estado puedan ser utilizados para cubrir privilegios, sobre todo en caso de que esté de por medio una aspiración reeleccionista. El tema que nos ocupa no es novedoso ni nada por el estilo y cada gobierno de turno ha sido acusado de incurrir en esta práctica. La suspicacia acerca del posible uso de dineros del erario en prácticas nocivas no tendría razón de ser si no hubiese existido alguna vez tal práctica. La JCE debe establecer la verdad y hacer lo que corresponda en consecuencia. Y a quienes impulsan la reelección presidencial,  no les vendría mal un brote de transparencia.

Menos alcohol en Semana Santa

Un año tiene cincuentidós semanas. El hecho de que durante una sola semana se deje de ingerir bebidas alcohólicas, ni haría quebrar a las licoreras ni mataría de hastío a los bebedores. Por razones que caen por su propio peso, la Semana Santa sería ese período por excelencia para practicar una simbiosis de veda y abstinencia que resultaría saludable para todos, sobre todo para quienes toman carretera y se mudan a playas y balnearios.

Los que gustan de las bebidas bien podrían practicar la abstinencia durante este período de la tradición cristiana. No estaría mal que, paralelamente,  las autoridades adecuaran  un poquito, no en exceso, los controles sobre horas de expendio de bebidas alcohólicas, como forma de darles una mano a quienes quieran asumir el sacrificio de la abstinencia. Dejar de beber una de las cincuentidós semanas del año no es una tragedia ni mucho menos, pero,  sin duda alguna,  nos ahorraría muchas tragedias.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas