Por un compromiso contra la pobreza

Por un compromiso contra la pobreza

Tal vez por una prédica mal entendida sobre los valores del espíritu,  algunos sectores y medios dicen que todo lo relacionado con el desarrollo material del hombre parece tener  cierta carga de pecaminoso o deshonesto. Se trata de  popularizar la mentalidad de que toda riqueza es y no puede ser sino el resultado de lo prohibido, de la injusticia y de la corrupción; que no puede haber riqueza bien habida; que es imposible llegar a niveles adecuados de vida cuando solo se trabaja honestamente. Que la única puerta para el progreso material es la de los negocios ilícitos, sobre todo con el incremento del narcotráfico. Se crea así una doble moral, que hacia fuera critica y denigra, pero que para adentro  lamenta,  tortura y hasta crea  envidia.

Esa doble moral es quizás uno de los efectos o de las causas más palpables de la pobreza mental de interpretación del mundo. Es lamentable que nuestro país haya venido a caer en tan altos niveles de  corrupción,  así como a servir de canal de tráfico de estupefacientes que tantos daños está causando en las sociedades que la practican, los consumen y lo generan. La operación de mafias originadas por  tráfico y corrupción incrementa el soborno, la trampa,  formas crueles de violencia,  no respeto a la vida y a las buenas costumbres.

Hace falta que se emprendan programas educativos tendentes a crear, promover y defender las buenas costumbres, así como el valor de las actividades económicas que normalmente desembocan en la creación de riquezas, en la búsqueda del bien común de la sociedad, sin que esto implique para quienes obtengan resultados sanos de sus gestiones económicas, la sospecha. Es urgente recuperar para la sociedad el valor del trabajo productivo y organizado, que es de la esencia misma del pensamiento humanista.

No se debe condenar la denominada sociedad de consumo con el vano pretexto de que atenta contra todos los valores espirituales; por el contrario, es necesario enseñar y reconocer que mal puede existir el bienestar humano, que es clara manifestación del espíritu, si no hay producción económica y que la producción debe generar la capacidad de utilizarla, es decir, de consumirla.

Un programa de erradicación de la pobreza necesariamente debe tomar la educación como punto de partida. Pero no solo la educación escolarizada, sino toda la educación para la vida. En la medida que la gente entienda que aunque carezca de riquezas materiales propias, hay a su alrededor recursos que puede aprender a utilizar, que capte el valor de la solidaridad bien orientada, que aprenda las nociones mínimas del manejo técnico de los recursos, herramientas y materias primas a su disposición; que espere en sí mismo y no de las limosnas politiqueras, sobre todo en tiempos de campañas; solo entonces darán resultado los planes para ayudarles a solucionar sus problemas.

Cuando comprendan que las riquezas adquiridas por narcotráfico,  robo,  deshonestidad y corrupción son despreciables, y que quienes lo practican son los verdaderos enemigos del progreso. 

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