Por un cura de campo

Por un cura de campo

Permítanme que les hable hoy de asunto intrascendente para la comunidad. De enorme importancia, sin embargo, para un cura de campo. El domingo tras anterior el sacerdote que ofició la Misa vespertina tomó unos minutos para comentar lo acontecido al padre Guarionex Pérez. Es éste un sacerdote que ejerce su ministerio en la parte más oriental de la Provincia Santo Domingo. Su curato se encuentra en Boca Chica y su obra pastoral abarca toda la zona circundante.

Durante el novenario de oración por la muerte de su padre pidió al Párroco de Jesús Maestro que le permitieran oficiar allí. Es probable que para conveniencia de familiares y amigos. La Parroquia le concedió que presidiera la asamblea eucarística vespertina. Y he aquí que debido a ello el padre Guarionex recibe una lista de difuntos por los cuales también debía orar a Dios. La lista de una tarde contenía un regalo envenenado. Alguien pidió se encomendara a Dios el alma de una tal Blanquita de apellido sajón. Y el padre lo hizo.

Para sorpresa del sacerdote pudo conocer, luego, que fue víctima de una burla, pues la tal Blanquita de apellido extraño era una perra. El sacerdote que ofreció la información al término de la homilía nos informó que el padre Guarionex se hallaba apesadumbrado. Tras concluir la celebración nos acercamos al sacerdote en interés de obtener detalles adicionales. Le hicimos algunas preguntas que se reflejan en este escrito.

El padre Guarionex Pérez puede librarse del malestar que lo agobia. Para comenzar, él tuvo en sus manos un nombre de pila y nombre de familia, es decir, apellido. No tenía, por consiguiente, razón alguna para sospechar de la mala fe de quien  solicitaba una oración de la comunidad por el alma de la tal Blanquita. De manera adicional, los sacerdotes parten en su trato con los feligreses del respeto guardado a todo ser humano. Si la Iglesia se hubiera basado en el recelo entre seres humanos, no existiría. Y no sería asamblea de creyentes.

Al sacerdote que informó a la feligresía del baladí aunque maligno ardid le dije que lo acontecido fue una trampa. El padre me corrigió: “una confabulación”, dijo. Y es probable, pues en el ardid participaron el que visitó el templo y quien esperó que el padre Guarionex hiciese la mención para divulgar lo acontecido. Sostengo que el padre Guarionex no necesita ponerse de hinojos ante Dios para pedirle perdón. Su yerro, si puede tildarse como tal, resultó de una falsedad presentada por una persona proclive a la mala fe. Y el padre Guarionex puede estar seguro que esa persona, tan astuta para inclinarse a denigrar la obra pastoral, no será igualmente diligente para conquistar a los enemigos de la fe en Dios. Y por consiguiente, del progreso humano.

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