Por un mundo mejor

Por un mundo mejor

SERGIO SARITA VALDEZ
De acuerdo al Génesis no fue sino al amanecer del cuarto día de la creación cuando dijo Dios: “Llénense las aguas de seres vivientes y revoloteen aves sobre la tierra y bajo el firmamento.  Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todos los seres que viven en el agua y todas las aves. Dijo Dios: Produzca la tierra animales vivientes de diferentes especies, bestias, reptiles y animales salvajes.

Y así fue. E hizo Dios las distintas clases de animales salvajes, de bestias y reptiles.

Vio Dios que todo cuanto había hecho era muy bueno”.

Más adelante continúa el relato bíblico el quinto día: “Y creó Dios al hombre a su imagen.

A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó.

Dios les bendijo, diciéndoles: “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Manden a los peces del mar, a las aves del cielo y a cuanto animal viva en la tierra”. Vió Dios que todo cuanto había hecho era muy bueno”.

Insiste el texto en referirnos que el creador hizo al hombre a su imagen y semejanza. ¿Qué ha sucedido con ese ser maravilloso y perfecto puesto sobre la tierra a imagen y semejanza del Dios bueno y todopoderoso? ¿Acaso sufrió alguna mutación maligna que lo transformó en su contrario? ¿Quizás desapareció y en su lugar devino otra criatura maléfica y diabólica que ahora comanda el mundo? ¿Cabe en mente humana la genocida idea de bombardear con cohetes y aviones de guerra poblados enteros en búsqueda de uno que otro guerrillero? ¿Se justifica de alguna forma el exterminio de niños, mujeres, ancianos, civiles indefensos, así como la destrucción de escuelas y hospitales del pueblo libanés? A los hombres y las mujeres en cuya alma aún se anida el más mínimo sentimiento cristiano les resulta intolerable permanecer silentes ante tanta barbarie llevada a cabo con tanta premeditación y saña contra el Líbano.

Sorprende lo paradójico que resulta ahora comparar los atroces bombardeos de la aviación hitleriana a Londres y París durante la Segunda Guerra Mundial. Estos últimos lucen en esta ocasión diminutos e insignificantes al lado de lo que acontece en el territorio libanés.

La comunidad cristiana, la musulmana y todo ser viviente racional y gregario de Beirut, o de cualquier punto geográfico del globo, tiene que vehementemente rechazar con fuerza, desde lo más profundo de sus entrañas, toda esta ola de sangre y de exterminio que bajo la excusa o argumento que sea, lleva a cabo el ejército invasor. ¡No más sangre grita el redentor desde su cruz! ¡Basta ya de esta violencia de la sin razón! Estamos hastiados de poses hipócritas y de subterfugios engañosos que intentan hacernos creer en la bondad del exterminio humano basado en prejuicios étnicos, religiosos o políticos. El respeto al derecho ajeno es la paz fue consigna de don Benito Juárez y ella aplica como anillo al dedo en este crucial momento histórico.

Purguemos el odio y llenemos nuestros espíritus de amor y compasión por los demás. Hagamos prevalecer los valores y principios cristianos en esta hora crítica que vive la humanidad. Hagamos oír nuestras voces desde todas las tribunas disponibles para que se revierta esta vorágine apocalíptica que tiene como escenario el legendario Oriente de las historias de las mil y una noche, de las esencias y de las especies.

Seamos solidarios con los dignos y acongojados dolientes de la laboriosa colonia libanesa en Santo Domingo. Si ayer condenamos el holocausto hoy tenemos que denunciar y rechazar la matanza de civiles en el Líbano e Israel. Aboguemos por un mundo mejor, sin crímenes, guerras, odios, ni exclusiones. Luchemos por una humanidad donde todos nos veamos como hermanos pacifistas, confiados los unos en los otros, laboriosos, constructivos, magnánimos y amorosos. Aboguemos por un mundo de hermanos y hermanas, padres e hijos tras un objetivo común, el bienestar y la felicidad de todos.

¡Que vuelva Dios a ver que todo cuanto había hecho era muy bueno!

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