Por un país educado, más amarillo

Por un país educado, más amarillo

La Constitución Dominicana del 63 es un monumento a  la Libertad y a los Derechos Humanos personales y colectivos. Promulgada por el Presidente Profesor Juan Bosch, ha sido considerada como la más avanzada y democrática de las tenidas en el curso de nuestra accidentada historia, a partir  de la Separación de Haití y el nacimiento político de Estado Dominicano, como nación libre, soberana e independiente.

Por lo mismo, fue duramente combatida. Atacada por  sectores oligárquicos conservadores y recalcitrantes,  afectados no tanto por lo que se decía en la Constitución,  como por el temor que significaba  el hecho de tener un Presidente, tozudo si se quiere, revestido de dignidad y  con un elevado sentido de su investidura y de su honor personal, que había tomado en serio su juramento ante el Congreso Nacional de “cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República”. Y así lo hizo. Se mostró  dispuesto a cumplir con su palabra comprometida, sin distinguir si resultaba peligroso o lastimaba algún dirigente o amigo desafecto, hasta que sobrevino el fatídico golpe de Estado septembrino, aupado y materializado por la conjura de aquellos sectores retardatarios, verdaderos detentadores del poder real y sus aliados  extranjeros, para quienes la Constitución era una hoja de papel, y la destruyeron, ateridos por la fuerza moral que sustentaba la palabra empeñada.  

Desencantado y frustrado de la  “Representativa” -no de la Democracia-, por los hechos y circunstancias que lo sacaron del poder por miedo a las reivindicaciones populares,  renegó de aquella. Le negó a  su  Partido (PRD) el derecho a participar en el “matadero” electoral, mientras se perpetuaba aquel semi dios que,  aferrado al mando, asesinaba la verdadera democracia y a sus legítimos defensores.      

Decidido a  marcharse fundó  otro partido que representara su íntimo sentir y su pensamiento político y social moralizante, educativo, sin sospechar que alimentaba un monstruo que devoraría sus entrañas. Sin muchas fuerzas luego de un conato de rebeldía para controlar y conducir a sus partidarios, vio caer sus ilusiones con las manos hacia arriba, tristemente entrelazadas.

El derrumbe vino después. De manera firme y galopante, cerrado el camino de su retorno. La negación de su legado. De su ética, de su moral. La preferencia del Estado absolutista, al Estado de Derecho. Del centralismo presidencial, al respeto institucional a los demás poderes de la Nación. Del desorden administrativo: clientelismo, patrimonialista, nepotismo, a la austeridad y profesionalidad de la función pública. Del continuismo mesiánico y fullero, a la alternabilidad democrática. Privilegiando la fatuidad del modernismo, de un falso progreso, iluso y derrochador,  despreciando la Educación, base real del bienestar social y desarrollo humano,  ejemplarizada por  su antiguo Maestro.   

Y así volvemos a aquellos tiempos de la Constitución del 63, sustituida y reemplazada por esta otra que nos rige con todos los atributos de un pedazo o rollo de papel. Y volvemos la mirada como pueblo hacia aquel Abril primaveral, en reclamo de nuevos tiempos, sólo por tener un país sin absurdas desigualdades, más justo, más decente. Un país unido, más amarillo.

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