Por un poco de agua

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MARIEN ARISTY CAPITAN
Eran los años setenta y, a ritmo de serenata, Danny Rivera se preguntaba qué daría él por conseguir a su amor. Hoy, recordándole y salvando las distancias, me pregunto qué daría yo por un poco de agua.

Aunque sé qué es difícil relacionar al amor o a Danny Rivera con el agua, para mí ambas cosas iban de la mano en mis años de infancia: mientras amaba todas las canciones del artista (sobre todo las de Serenata), odiaba realmente al agua.

Mi afición por el baño no era muy grande. Por suerte engañar a papá era bastante fácil porque nunca estaba en casa. La tragedia vino después, con tía Hilda, quien tenía los métodos más inauditos y certeros para descubrirnos. Finalmente, como ella terminaba restregándonos con una fuerza tremenda, desistimos de “firmar vale”.

La imagen de aquella niña escurridiza que se sentaba en el inodoro oyendo el caer vino a mi memoria el otro día, cuando quise bañarme y descubrí que la tubería estaba completamente seca. ¡Qué feliz hubiera sido de tener diez años y no treinta y tres!

Minutos después el chico que trabaja en el edificio me dice que hay que cooperar para comprar un camión de agua. ¿Otra vez?, le pregunto un tanto incómoda porque ya hasta perdí la cuenta de la cantidad de camiones que hemos tenido que comprar.

Al principio, cuando empezamos a tener problemas con el agua, escuchamos que la Corporación de Acueducto y Alcantarillado de Santo Domingo (CAASD) explicaba que estaba haciendo unos trabajos en el acueducto y que duraría noventa días en resolverlo. Pedía paciencia a la población y aseguraba que el sacrificio valdría la pena: tendríamos el suministro resuelto.

Esos trabajos terminaron hace más de un mes y aún seguimos con la misma pesadilla. Nos cansamos de llamar a la CAASD, toman los reportes, dicen que mandarán un camión… y entre bla, bla, bla, nos marean y nos olvidan.

Entonces escuchamos serias denuncias que dan cuenta de que el problema radica en que hay altos funcionarios que tienen negocios de camiones de agua. Aunque no puedo confirmar la veracidad de esta denuncia, sí es evidente que alguien nos está engañando. Porque, ¿en qué quedó la promesa de que las penurias terminarían en noventa días?

Quizás, como vivimos en una zona residencial, los funcionarios entiendan que tenemos dinero para comprar el agua. De vez en cuando, efectivamente, podemos hacerlo. Pero, ¿quién aguanta comprar un camión un día sí y otro no? Nadie.

Lo más gracioso de todo esto es que en mi edificio pagamos el agua de manera puntual y la cobran como si la estuvieran llevando -por qué me recuerda esto al asunto de la luz-. Mientras mis piernas se llenan de llagas porque no hay cosa que me produzca más alergias -o ñáñaras, más bien- que bañarme con agua estancada (sin mencionar otros efectos aún peores).

Dejando de lado mis penurias, reparo en que la ciudad ya tiene los colores de la Navidad. En lugar de lazos, el Ayuntamiento decidió regalarnos campanas y bolas de brillante color. Aquellas que, para mi sorpresa, han sido sacadas en un camión de los bomberos. Al verlas me sacudió una nueva duda: ¿cómo es posible que, mientras aún no nos olvidamos que en el incendio de la ¿discoteca? Jazzys se discutió que los bomberos no llegaron a tiempo y no tenían las herramientas de rigor, se destinen sus camiones a colocar adornos por la ciudad?

Definitivamente, hemos perdido el sentido de la prioridad. Podemos colocar adornos en los postes de luz; tenemos con qué comprar bombillos y “guindalezas” para adornar los árboles que engalanan las dependencias gubernamentales; pero nos falta agua para darnos un baño y salir de casa, fresquitos y contentos, a contemplar todo ese despliegue de abundancia y prosperidad.

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