Por un puesto lucrativo

Por un puesto lucrativo

PEDRO GIL ITURBIDES
Los sueldos no alcanzan, sin importar el nivel de ingresos. Salvo aquellos que además de salario devengan otros emolumentos, los dominicanos estamos al coger el monte. Y no crean que prevalecen dificultades económicas. ¡Nada más alejado de la realidad! Todo lo contrario. Los inconvenientes derivan de la pujanza del país, cuyas actividades, al decir de las autoridades, vuelan por todo lo alto. Ese alto crecimiento de la economía ha hecho que quienes no posean un avión para agarrar ese crecimiento allá en las nubes, no logren asirse ni a la punta de un alfiler.

Por consiguiente, estoy buscándomela como un toro. He pensado montar un taller de herrería, pues, aunque se niegue el incremento de la delincuencia me propongo confeccionar jaulas para caminar por las calles. Hace pocas horas un amigo se hallaba en una farmacia y dos maleantes entraron a la misma y, con las más finas maneras y sendas pistolas a mano, desvalijaron a todo el vivo que compraba medicamentos. Pero las historias son múltiples y variadas, incluyendo las inacabables de los robos de celulares.

Si no instalo ese taller, he pensado comprar una motocicleta, ya que, desde ella puedo acometer toda clase de fechorías y salir del apuro con absoluta impunidad. La más insignificante es la de cruzar los semáforos cuando no me corresponde, poniendo en peligro la seguridad de terceros. Por supuesto, doy por descontado que desde que monte la dichosa motocicleta se agotará mi sesera y no pensaré que estos riesgos pueden resultar en daños a mi existencia.

No me decido, sin embargo. Al pasar revista a todas las actividades posibles he jugado con la idea de instalar una gatera en la avenida Colombia, en su intersección con la Sol Poniente. Quien intente atravesar la misma en las primeras horas de la mañana, sabrá por qué advierto que sería una actividad lucrativa. Para los automovilistas que llegan desde urbanizaciones al oeste de la Colombia, y desde el nordeste de la ciudad, este paso se torna un castigo infernal entre siete a nueve de la mañana.

Tengo plena conciencia de que, entre tanta impune piratería de toda naturaleza, exponer mis cavilaciones abre puertas al plagio. El malestar que sufren centenares de conductores en el período de tiempo del que les hablo, me impulsa a exponer este punto de vista. Porque, indudablemente, requiere de una fuerte inversión. ¿Acaso no se otorgan permisos para ocupar aceras  que son áreas de dominio público  para montar freidurías y friquitanes por doquier?

Por tanto, se requieren unos chelitos para los sellos, los certificados y toda esa otra baratija propia de la burocracia, cuyos valores están llegando, para legalizar cualquier actividad, a costos prohibitivos. ¡Hasta para registrar nombres institucionales de entidades no productivas se requiere un platal que las minas del Potosí no podrían saciar! De manera que expongo la idea de la gatera de la Colombia con el riesgo de que se me adelanten, pero también con el propósito de buscar socios capitalistas.

Total, de lo que les hablaré entraña una simpleza inaudita. Los vehículos que llegan desde el nordeste de la ciudad  de esa área a la que, para crear más puestos públicos y no tener que invertir ni en escuelas ni hospitales ni carreteras ni nada por el estilo, llamamos Santo Domingo norte –  ingresan a un cuello de botella. Al pasar el puente sobre el río Isabela por la Jacobo Majluta, son amontonados. Si lográsemos ponerlos en fila india tal vez no tendríamos dificultades. El problema es que somos pueblo indócil, y nos resulta cuesta arriba mantener ese orden. Yo, que tengo diez minutos que no avanzo un metro, ocupo el carril izquierdo de cuantos, viniendo desde los Arroyo Hondo, marchan rumbo hacia ese nordeste del que les hablé.

¿Y ahora? ¡Pues nada, que ahora no pasa nadie! Porque detrás de mí llegan cien que, convencidos de que obstaculizando a los terceros que llegan en vía contraria adelantaremos más, cerramos esa vía. ¡Y vaya usted a ver! Llenamos la intersección de las avenidas Colombia y Jacobo Majluta, y durante dos horas, a veces menos, a veces más, nadie puede moverse. Cada diez minutos se avanzan dos o tres metros, y nada más. Y nos pasamos ese vital período de la mañana, echando pestes contra todos los demás.

Mi proyecto es simple. Al establecer una gatera en la esquina con Sol Poniente alquilaré a los propietarios de vehículos las posiciones de lanzada de la avenida. Los dos carriles delanteros pagarán quinientos por noche. Los siguientes cuatrocientos, y así sucesivamente, hasta llegar a los diez pesos llegando al puente sobre el río Isabela. Usted llega de noche, deja el carro en la posición que le he vendido, y marcha a pié hasta su casa. Mínimo son ocho kilómetros desde ahí a su hogar. Pero tiene la ventaja de que en la mañana no sufrirá entaponamiento.

Llegará, sudado sin duda, hasta la posición que le vendí, y arrancará sin obstáculos, en la seguridad de que dejó atrás un problema al que alguien tiene que buscarle solución. Los agentes de la Autoridad Metropolitana del Transporte, diligentes y todo como lo muestran en este desquiciado espacio, han sido trascendidos por el desorden de los choferes. Pero usted andará metros adelante, listo para meterse en los siguientes tapones. Pero a ésos ando buscándole solución, de lo cual les hablaré otro día.

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