La evidente crisis de credibilidad, de confianza y de seguridad personal con respecto a las autoridades civiles y militarizadas que existe en el país, se acerca a un punto de rompimiento que amenaza seriamente la precaria estabilidad política, económica y social en que ha descansado la sociedad dominicana durante los últimos años.
No se trata solo de uso casi irrestricto del poder, y de la manipulación de las masas para beneficio de unos pocos; sino de que todo el sistema amenaza con colapsar en medio de la anomia social y el irrespeto a las normas más elementales de la convivencia civilizada, que ya está afectando a las grandes mayorías nacionales, al margen de ideologías, simpatías y militancias políticas, pues hay un gran descreimiento.
El momento no es para estar hablando de pactos fiscales, eléctricos o de una supuesta revolución educativa, sino de ponerle la mayor atención a la necesidad de establecer un verdadero Pacto Político que rediseñe las reglas de juego para salir a camino de la crisis generalizada que padecemos y que amenaza con llevárselo todo por delante, inclusive las precarias libertades y el desenvolvimiento económico y social que nos quedan.
Un Pacto Político debe definir de una vez por todas la legislación electoral, la democracia interna de las fuerzas políticas, la descentralización y la desconcentración política y económica; así como las tremendas desigualdades territoriales y la administración local y regional; la corrupción galopante en la administración de la justicia; el abuso flagrante del poder policial y militar, la asfixia de la pequeña empresa, los privilegios irritantes, la inseguridad en nuestra frontera, las malas prácticas que priman en la educación, la atención en salud, la organización del transporte, la habilitación de viviendas y los crímenes ecológicos por doquier que hacen a este país casi inhabitable para los que no se benefician ampliamente del favor oficial.
Si no se produce un gran Pacto Político, no hay que tener dotes de pitonisa para augurar un desastre nacional cuando se produzcan acontecimientos sociales o naturales que desencadenen eventos con carácter ineludible que todos habremos de lamentar…
Todavía hay tiempo para salvar el país de nosotros mismos, para que no se diga después que se trató de fuerzas externas. Seremos, por nuestras imprevisión, superficialidad y egoísmo, los responsables de lo que suceda; aunque por supuesto habrán los grandes culpables del futuro ominoso que el destino nos puede deparar…