POR: Marcos Villamán
En una situación en la que todos y todas solo buscamos nuestros intereses, nos afanamos por nuestras cuestiones y tendemos al olvido olímpico de los demás, sobre todo de los más pequeños, los que dicen ser seguidores del maestro de Galilea tienen la obligación de tender la mano a quienes la necesitan, y así con su práctica testimoniar el valor sagrado de la vida de todos y todas y, en consecuencia, la obligación moral de jugar siempre a la defensa de los más débiles. De cuidar a los más pequeños.
Cuidar es una humana actitud fundamental orientada a la reproducción de la vida. Todos y todas recordamos la insistencia de “nuestros mayores” de ayer y de hoy en la necesidad de aprender a cuidar las cosas, los bienes y obviamente también y sobre todo a las personas, de manera especial cuando son “pequeños o ya adultos”. Es típica la frase-pregunta de los padres-madres con hijos pequeños cuando por razones de fuerza mayor deben dejar el hogar y salir a una multiplicidad de asuntos: ¿Y con quien se quedan los muchachos, los niños y las niñas?…. Obviamente que para que se encarguen de cuidarlos.
Cuidar es actuar de forma tal que todo lo que nos rodea sea ampliamente apoyado en el proceso de generación y desarrollo de su potencial existencia. Es actuar con la atención puesta en la producción de condiciones que hagan posible el respeto concreto de lo existente en el desarrollo de sus capacidades, de sus posibilidades de humanización por la vía de la socialización. Así, de lo que se trata en realidad es de la creación de las condiciones para el Cuidado Social. Es decir, para la generación de las estructuras y mecanismos sociales cuyo desarrollo resulte en una situación de vigencia de los derechos, es decir, de expansión de “lo social deseado”, que siempre tiene que ver con la concreción-expansión de la lógica de los derechos.
Pero, para que esto pueda ocurrir se hacen necesarias estructuras y personas que empujen en la misma dirección. Justamente de eso se trata, de constituir socialmente a cada quien en un sujeto de derechos, con garantía de vigencia-concreción de los considerados fundamentales a lo largo y ancho de la vida individual y social. De esta manera resulta que cuando la expansión social ocurre nos encontramos en el camino por el que se hace verdad el vilipendiado derecho a la Vida de todos y todas.
Así las cosas, el cuidado es la concretización social de una lógica de defensa de la vida que como dinámica socialmente dominante se expresa cotidianamente en una diversidad de espacios e instituciones sociales. Es justamente a eso a lo que se aspira cuando se postula la necesidad de concretar derechos como dinámica social dominante. Pero esta concreción, si es verdadera, debe tender a la eliminación de las condiciones sociales que deshumanizan, v. gr. de la pobreza que mantiene en el límite de la vida digna a las mayorías sociales.
En este contexto, toda la acción social y política debe tener como un norte innegociable, como sentido central, la superación de la indignidad. Solo así puede acreditarse como una acción capaz de colocarse a la altura de las circunstancias. De lo contrario el discurso político se convierte en factor legitimador “de las cosas como están” en el entendido de que “como están así son”. En consecuencia, la pretensión transformadora del presente sólo podría asumirse como una expresión de “ingenua” buena voluntad de quienes mantienen ese discurso. Cargado, sin duda, de buena fe y buenas intenciones pero caracterizado por la “ingenuidad” y no por una ética del Cuidado.