Por una revalorización de los respetos

 Por una revalorización de los respetos

Es que no respetamos nada. Ni siquiera lo más respetable: la educación, la disciplina que propicia el progreso, que nos convierte en una nación,  alejándonos de limitarnos a un conglomerado irrespetuoso, vulgar y violento, donde no transcurre día sin que veamos horrendas fotos en los diversos medios de comunicación.

¿Qué necesidad hay de publicar -en buen tamaño y a todo color- la foto de un ataúd en el cual han acomodado los restos de un humilde obrero, seguramente cargado de estrecheces, agobios y desesperanzas enloquecedoras?

Es que no respetamos ni la muerte, ni  el desespero.

Tampoco respetamos la naturaleza, que tan generosa ha sido con este país.

Recuerdo el entusiasmo que en Holanda y Alemania producía el nacimiento de cualquier tímida hojita de lechuga, o de un pequeño tomate, cuyo crecimiento era celebrado como cuando nace un bebé, porque era parte de la huerta que enorgullecía la vivienda. ¿Por qué, aquí, con tan buena tierra como la que tenemos, no incentivamos la siembra de vegetales, además de flores? Así economizamos, garantizamos frescura y justificamos la naturaleza. Pero lo peor es que estamos aplastando con cemento la Creación.

Ya había visto que el Centro Olímpico Juan Pablo Duarte, un espacio para deportes, para salud y un pulmón de la ciudad, con su magnífica arborización, ha sido herido con un tormento de edificios, estacionamiento de vehículos y estaciones del Metro de Santo Domingo. Sé que Balaguer se opuso, violentamente, a que derribaran la arborización de la Plaza de la Cultura, lo cual no lo hace santo (como una vez publicara en el Listín, con gentil ironía, el padre Robles Toledano).

Ahora asusta el cemento y la arena con la cual pretenden cubrir áreas que ahogarán inspiradores espacios verdes del Conservatorio Nacional de Música.

¿Es que el arte no vale nada? ¿Solo el deporte?

El deporte es muy importante. Nos ha traído muchas medallas internacionales, y nos ha demostrado que “sí podemos”, abriendo horizontes de éxito.

Pero nuestros jóvenes dominicanos también han demostrado que “sí podemos” en música, en ballet, en la altas manifestaciones del gran arte.

Jóvenes directores sinfónicos dominicanos no solo han demostrado capacidad,  sino firme propósito de ser útiles, inspiradores, “maestros”, en un alto sentido hostosiano.

La música es una abridora de puertas al espíritu. Lo que puede sugerir es infinito.  

Platón dice en “La República”: “Nunca llegaremos a ser músicos a menos de entender los ideales de la temperancia, la fortaleza, la liberalidad y la magnificencia”.

Los que aspiramos a lograr mejores dominicanos nos ilusionamos con la frase del sabio griego y nos entusiasma la firme disposición de los jóvenes maestros y sus fervientes alumnos que expanden virtud y esfuerzo como un valioso regalo de elevación espiritual.

Por eso defiendo la música, y los espacios como el que acoge al Conservatorio, cual celoso guardián. Todo me pertenece. Todo nos pertenece a quienes habitamos esta ciudad y aspiramos a mejoras, a humanidad, a verdadera valoración, justa, en la que cada cosa asume su lugar.

Que el cemento no nos ahogue.

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