Por una tecnología positiva

Por una tecnología positiva

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Progreso. Sí. Lo tenemos enfrente como un grandioso monstruo plantado ante nosotros, con las piernas abiertas, los puños en las caderas y actitud desafiante. Con mueca despectiva nos intima: ¿Me aceptas o te quedas detrás? Acabo de ver la noticia de la nueva oferta de Apple, el I-Pod, instrumento inteligente cuya puesta en venta ha congregado multitudes sin precedentes.

Se trata de un IPod capaz de almacenar y reproducir vídeos y canciones entre 4 GBs y 8 Gbs de ambos, con un solo botón y una pantalla de tres y media pulgadas, mayor que cualquiera de los aparatos que Apple vende en la actualidad. De tamaño mínimo. El humano desciende en sus capacidades por obra de pequeños grupos que manipulan las multitudes, haciendo formidables negocios mediante la invención de artefactos que eliminan pensamiento y esfuerzos a las muchedumbres y producen monumentales ganancias a inventores y productores.

Las multitudes están perdiendo la capacidad de pensar, de usar la mente, la imaginación, lo propio. La omnipresente televisión por cable (ya no se puede vivir sin ella y una avería es un auténtico drama) ha cortado de raíz todas las imágenes que creábamos cuando leíamos un libro y le dábamos vida al ambiente de Los Miserables de Víctor Hugo, o a los personajes y panoramas de Balzac, Borges, Dostoievski, Joyce, Dante, Cela y tantos genios de la literatura, de valores diferentes y caudales de sugerencias. Ahora todo viene dado. No hay que imaginar nada.

Y se va formando una atrofia que nos lleva a lo que Jules Verne predecía: La decadencia de las capacidades humanas de todo tipo habría de ser consecuencia de una facilitación que anulara todo esfuerzo. Habría aparatos que decidirían por nosotros, asientos electrónicos que, controlados por botones adosados en los brazos del sillón, nos llevarían de un lado a otro, etc. Los maravillosos sistemas orgánicos humanos se habrían de ir progresivamente debilitando por falta de uso y se habría de depender de un reducido grupo de genios que lo controlarían todo.

Por suerte, hasta ahora, los futurólogos no han acertado en sus fechas. Pasó el Siglo Veinte sin que se produjeran las terroríficas predicciones de Aldous Huxley en su «Brave New World» (1932) y otras que fijaban fechas para el derrumbe de lo que entendemos humano.

Pero nos estamos acercando. Cuando veo la gente con un teléfono celular activo enganchando en el cinturón y un Bluetooth adosado a una oreja como un insecto electrónico que transmite sonidos todo el tiempo, bombardeando el cerebro con radiaciones dañinas en muchos sentidos, pienso que nos estamos acercando a lo que avizoraba Huxley. La gente ha pasado de ser beneficiada por la tecnología (que sería algo estupendo) para víctima de la misma.

Quienes manejan los sistemas «de última generación» deben gozar un mundo cuando inundan la inevitable televisión por cable con anuncios de productos y artefactos que nos van a rejuvenecer en dos semanas, que nos libran de las terribles dificultades de abrir una lata de alimentos precocidos, porque un insecto electrónico, colocado sobre la lata, corta el tope limpiamente mientras el usuario «descansa».

Un eminente psicólogo y sociólogo norteamericano (por nacionalización, como prácticamente la mayoría de los genios del Norte) reconocía que la única actitud que podía considerarse universal en el humano era la de sentarse desde que podía. Sobre este principio se fundamentan quienes contribuyen a la debilitación del humano, mediante una hábil propaganda facilitadora. Y generadora de inmensas fortunas.

Ludwig Schajovicz, becario de la Carnegie Grant for Faculty Research and Advanced Studies en la Universidad de Puerto Rico, publicó, con el apoyo del Rector Dr. Jaime Benítez, un magnífico libro que tituló «Mito y Existencia» (Ediciones De La Torre, San Juan, 1962). Me voy a permitir citar un fragmento: «Toda confianza en un ingenio evolucionismo -que parte del supuesto de un gradual ascenso del hombre de las tinieblas abismáticas del mythos a la luminosa altura de la radio- no deja de ser una actitud básicamente supersticiosa, sintomática de nuestra época,…» «Estas actitudes sólo pierden su opacidad si el hombre logra incorporarlas a su espacio espiritual. Más este espacio va angostándose en la medida en que una des-almada civilización técnico-industrial, hostil a las imágenes, se está expandiendo. Pocos han comprendido, con la lucidez de un Nietsche, los efectos desoladores de una nivelación del paisaje y del hombre en la edad contemporánea. Al desintegrarse el mundo de las formas nos niega la tierra misma su bendición». (Hasta aquí Schajoviez).

Escribió Nietzsche, y lo pongo en palabras originales antes de traducirlas: «Die Wüste wächst. ¡Weh dem, der Wüsten birgt!» (El desierto crece. ¡Ay de aquel que albergue en sí desiertos!). Entonces no es cuestión de desertificarse en negaciones. Inútiles.

Es cuestión de que la tecnología sea un añadido enriqueciente, no un mecanismo de castración.

Una suma, no una resta trágica.

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