Por una transformación de la violencia

Por una transformación de la violencia

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Ya lo ha afirmado Pierre Chaunu eminente historiador y catedrático de la Sorbona, en ese París abierto al pensamiento inquietante y a las ideas novedosas. «La violencia, sacada por la puerta, entra por la ventana». Así, por una ancha comprensión de la violencia, pudo escribir un libro titulado «La Violencia de Dios», entendiendo que la violencia sólo es mala cuando se usa mal. Cuando está empujada por la malignidad.

Si observamos la naturaleza en su amplio espectro, en todas sus formas de vida…humana, animal, vegetal, acuática y, por que no, mineral y sideral, encontraremos una presencia activa de la violencia, de lo que violenta, combate, agrede, destruye y construye. El organismo humano, para estar en salud combate incesantemente, vive en una perpetua batalla en la cual no hay vencedores ni vencidos sino un equilibrio que llamamos salud. El organismo produce ácidos y venenos potentísimos, pero con una intención salutífera que otorga una benignidad maravillosa a lo que, en otras proporciones sería sustancia productora de horrible muerte.

No hay que perder el tiempo tratando de erradicar la violencia. Lo que hay que lograr es transformarla en algo bueno. Las fuentes de energía no deben ser asfixiadas sino encauzadas. ¿Cómo lograr tal transformación? Tomemos en cuenta, sin mezquindades, que todo se mueve, vive, acciona y se empeña, en procura de beneficio. El esfuerzo por transformar positivamente la violencia ha de centrarse en que la violencia positiva produzca buenos resultados. Que «sea negocio» la buena canalización de la energía actuante, que «sea negocio» la violencia constructiva, interna y externa.

Los ejemplos, las enseñanzas de nuestra nación y de un montón de países del Tercer Mundo, es de que la honradez no paga, no devuelve. me parece que fue el escritor y político venezolano Arturo Uslar Pietri quien, hace relativamente pocos años, encabezó «La marcha de los pendejos», o sea, de quienes pagamos impuestos para que los de arriba se enriquezcan sin el menor sonrojo, quienes somos apresados por robarnos un salami o un pan si estamos -nosotros y nuestras familias- muertas de hambre, mientras los del poder civil o militar (o «ambos a dos, matarilerilerile») viven principescamente bajo la cobija de una impunidad nauseabunda, y roban y roban y roban sin que se clarifiquen los hechos y se aparten las sombras que les dan frescor y amparo a los grandes malandrines.

Considero que la escalada de violencia que nos agobia, que nos encierra en nuestras casas desde que podemos, que nos asusta cada vez que se acerca un motociclista o un peatón fornido y malencarado; que nos despoja del antiguo agrado de conocer gente nueva, de cualquier nivel y apariencia, esa violencia es resultado de un cúmulo de injusticias sociales que, en cierta medida, está siendo aprovechada por algunos resentidos que han sido despojados de poderes como militares, policías o civiles.

¿Qué es asunto del narcotráfico?

¿Es que de repente los distribuidores decidieron engañar a su suplidores y se produjeron «ajustes de cuentas»?

No creo.

Porque en la naturaleza nada es casual sino que obedece a causas anteriores.

Estoy seguro de que el Presidente Fernández ha tenido claro que el despido de militares y policías corruptos (es sutil la diferencia) habría de tener consecuencias desagradables.

¿Qué se hará con los afectos por la «profilaxis» en los uniformados?

¿Tendrán que reportarse regularmente ante un oficial «sano» que siga los pasos que dan, como hacen los «parole officers»? ¿Se les buscarán empleos honestos y razonablemente acordes con las posiciones que ostentaban?

El movimiento es delicado y peligroso.

Se trata de una transformación saludable de la violencia.

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