Por unas emotivas palabras

Por unas emotivas palabras

Las sentidas expresiones de Pepín Corripio al agradecer la imposición de la medalla de Honor de la Emigración en un acto realizado el pasado martes 4 del corriente en la Embajada de España, me llevaron lejos en el recuerdo.

Particularmente me conmovió su mención acerca de los sefarditas, los judíos de España, país que ellos llamaban Sefarad, de donde fueron expulsados por los Reyes Católicos en 1492, lo que los llevó a esparcirse por los Balcanes y otros territorios.

Es que tengo antepasados sefarditas, principalmente por la línea materna, y me atacó los sentidos una experiencia del doble amor por el presente y por los orígenes.

Quiero relatar una experiencia.

Estando hace años en Salónica, en la Macedonia griega, caminaba sin rumbo por calles terrosas y decaídas cuando observé un grupo de personas sentadas en viejas sillas en medio de la vía, tomando café turco frente a sus artefactos de cobre bicolor. No podría decir si la mirada de asombro familiar salió primero de mí, o de una mujer que lucía la más importante del grupo. Tampoco podría decir si me acerqué por alguna señal que me hiciera. Sé que las piernas me llevaron junto a ella y que, frente a frente, comprobé que era idéntica a mi madre.

Arropado por la dulzura de su mirada color de miel y camomila, escuché la música del idioma antiguo resucitar al mundo sonoro, como una evaporación de códices, cantares y legajos resecos. Así, cuando me tenían sentado a la mesa verde de patas desparramadas, al traer un platillo con un dulce que ellos creían español y por tal lo festejaban, me dijo el joven bizco que llamaban Manoel, que me lo iban “a facer gostar agora ese dolcillo que nos plaga grande”.

La señora tan parecida a mi madre volcó sobre mí un cariño inexplicable y vibrante de autenticidad. La conmovió mucho saber que era un duplicado físico y emotivo de alguien que había nacido en medio del remoto mar Caribe, en una isla tormentosa que evocaba “fermosas doncellas e valentes hixos de España que fincaron allí”.

Esto de alejarse, es complicado. Irse lejos mientras algo permanece agazapado en el corazón…

Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana (1398-1458), considerado el mejor poeta castellano del siglo quince –entre otros por Menéndez y Pelayo– dice de las lejanías: “Alexatvos do querades,/ca non vos alexaredes/tanto nin jamás podredes/ donde non me possedades…”

Es cuestión de un doble amor.

Pepín, lo ha sobradamente demostrado.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas