Por Venezuela!

Por Venezuela!

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Al igual que la mayoría de nuestros pueblos, Venezuela tiene una profunda raíz autoritaria. Su independencia surgió en 1821 y la tradición militarista llena de caudillos cesó con la llegada al poder de Rómulo Gallegos en 1948. Derrocado nueve meses después, los guardias gobernaron hasta 1958, cuando Marcos Pérez Jiménez salió hacia la República Dominicana.

Hasta la llegada de Hugo Chávez en 1998, nueve gobiernos constitucionales se sucedieron. Por eso, la expresión electoral oficial, el PSUV combina la ira social acumulada en cuatro décadas de corrupción entre adecos y copeyanos, sumado a una vuelta a la nostalgia autoritaria que en el orden práctico ha ido orquestando una dictadura perfecta. Nadie puede dudarlo, las elecciones se celebran, existe un órgano que supervisa los comicios, pero pocos dudan los niveles de manipulación de los procesos. La excepción confirma la regla: sólo en la reforma constitucional del 2007 y en las elecciones para transformar la matrícula congresional del pasado 6 de diciembre, el oficialismo ha sido derrotado.

Los empleados públicos representaban el 15% de los ciudadanos aptos para votar. Además, las políticas de subsidios provocan un colchón natural de electores donde el partido en el poder tenía innegables ventajas. De los 112 miembros electos en la Asamblea Nacional vinculados a la oposición depende la posibilidad de una disminución sustancial del poder acumulado desde hace 17 años que dificultaba a las fuerzas adversas al oficialismo bloquear iniciativas del poder ejecutivo, revocar el mandato y ejercer un verdadero contrapeso político. Por eso, la mayoría obtenida por el MUD no sólo representa un paso de avance democrático sino el punto de partida para reducir los espacios institucionales controlados por el chavismo.

Aunque los vicios institucionales que provocan largos años de poder del PSUV expresan una altísima cuota de responsabilidad en la vida de los venezolanos, resulta justo añadirle la falta de sentido de cuerpo exhibido por un segmento de la oposición que reproduce muchas de las aberraciones propias de las organizaciones firmantes del Pacto de Punto Fijo de 1958. Y es que la franja disidente del oficialismo permitió por años las etiquetas elitistas que tanto le alejaron de los sectores populares porque los niveles de exclusión, corrupción, desigualdad y pobreza eran asumidos como exclusiva responsabilidad de Acción Democrática y Copey. Cierto, pero no del todo. Ahora bien, las figuras esenciales del liderazgo opositor provienen de familias asociadas a la partidocracia, pero Capriles Radonsky, Leopoldo López y María Corina Machado no ejercieron posiciones públicas con anterioridad al 1998. En ese sentido, a los tres líderes no se les puede asociar a la altísima cuota de cuestionamiento que dañó a las figuras esenciales de la partidocracia venezolana, y por ende, la llegada de Hugo Chávez al poder.

Desde siempre, el chavismo operó políticamente con una lógica de guerra permanente donde la fragmentación del país en dos polos terminó afectando a toda la ciudadanía, sin importar el sector que exhiba mayoría en las urnas. No obstante, una sociedad no avanza cuando se entrampa alrededor de una constante agitación entre oposición y gobierno. Además, parte de las críticas a la administración de Nicolás Maduro pierden de vista que las dificultades económicas, con los alarmantes niveles de desabastecimiento e inflación, constituyen las piezas argumentales de un oficialismo con sed de hacer de la confrontación la excusa en capacidad de justificar sus incompetencias al frente del Estado venezolano.
La histórica victoria de la oposición debe motivar a su liderazgo por los senderos de acciones maduras e inteligentes que, si bien es cierto podrían acorralar al gobierno, jamás se puede traducir como licencia para una confrontación donde pierda toda la ciudadanía.

Desde Enero del 2016 la Mesa de Unidad Democrática (MUD) debe orquestar un modelo de gestión legislativa capaz de habilitarlos en franjas de la sociedad esenciales para dar el gran salto en la elección de un candidato presidencial unitario y apto para ganar el poder.

Venezuela debe volver al ritmo democrático perdido. Por eso, la mayoría calificada en manos opositoras resulta indispensable y devolverá niveles de racionalidad a la gestión gubernamental porque los desequilibrios provocados han sido el resultado de un excesivo poder en manos de un sector que eligió un sendero donde los atropellos, persecución y aniquilamiento de las fuerzas adversas representó su modus operandi. La lección debe ser aprendida.

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