La razón por la que escribo tanto sobre el PRD, es porque estoy convencido de que la mejor manera de conservar una democracia más o menos estable, aún con los defectos de sociedades como la nuestra, es creando conciencia y contribuyendo a que los partidos puedan mantenerse sólidos, puesto que la historia ha demostrado, aquí y en cualquier parte del mundo, que solo cuando los partidos pierden fortaleza, se dividen o desacreditan, se pone en peligro el sistema institucional.
La creencia de que la fragmentación o desaparición de los partidos, sobre todo los tradicionales siempre será conveniente y traerá como consecuencia organizaciones nuevas y con estilos diferentes, es una ilusión, puesto que los que surjan producto de las crisis, se crearán más o menos con la misma gente, con sus virtudes y defectos, salvo que sus líderes lleven a cabo procesos de formación y concienciación, que siempre será a largo plazo.
Sin embargo, lo que tenemos a la vista no es un proceso de esa naturaleza, porque las incongruencias existentes en el PRD, además de algunas posibles diferencias ideológicas o programáticas, están motivadas por actitudes, conductas o inconductas personales, pero motorizada y dimensionada fundamentalmente por un proceso electoral que se avecina en dos años.
Los partidos no son instrumentos mecánicos, sino organizaciones integradas por personas. Es probable que quienes decidan dar inicio a un nuevo proyecto tengan ideas y actitudes más coherentes, pero sus bases de sustentación que son su dirigencia y militancia requieren formación. De lo contrario todo continuaría igual.
Le dedico tiempo, puesto que me preocupa el destino de una organización histórica como el PRD, el de muchos dirigentes y personas con experiencias, pero fundamentalmente el de los que vienen surgiendo con posibilidades, cuyos liderazgos solo tienen posibilidades de desarrollarse dentro de su partido y no inventando con nuevos proyectos, sobre todo, conociendo la capacidad fragmentaria de nuestras organizaciones, donde la hegemonía personal o el individualismo han impedido que hasta los grupos idealistas y doctrinarios se libren de la atomización que los ha consumido.
Porque no concibo a Hipólito, Hugo, Enmanuel, Milagros, Tirso, Fello y otros amigos, intentando nuevos caminos. Ni lo que hará Miguel y quienes lo siguen. Pero a fin de cuentas ellos han trillado largos caminos. Algunos han logrado prácticamente todo lo que se han propuesto o Dios les puso en su camino.
Porque resultaría sumamente penoso que dirigentes jóvenes, con liderazgo presente y futuro como Luis Abinader, además de Guido Gómez, Tony Peña y otros, se vean compelidos o empujados a abandonar las filas de su partido para irse a nadar entre grupos que han sido incapaces de encauzar proyectos unificados, que se han dividido y fragmentado una y otra vez, postulando los mismos principios y enarbolando las mismas ideas. Porque sería lamentable que esa generación más joven, desilusionada por las inconsecuencias de su organización pudieran deslizarse por caminos mucho más tortuosos e indefinidos. Porque la democracia institucional descansa en partidos fuertes.