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Sabemos, además, que los trabajadores y empleados son víctimas de los adelantos de la ciencia, que los somete a continuo estrés, pero los de ahora gozan del favor de horarios meticulosamente controlados y vigilados y tienen salarios más humanos que hace 20 ó 25 años, y por consiguiente disfrutan de una vida mejor. Por ejemplo, no es razonable que personas ocupadas, con su tiempo limitado, pierdan tiempo frente a la ventanilla de un recaudador, porque un empleado o empleada estén a las 10 ó 11 de la mañana comiéndose unas frituras, o dos o tres de ellas se estén contando el capítulo de la telenovela de la noche anterior, o que entremos a un supermercado o una tienda buscando un artículo determinado y cansados de buscar llamemos a una empleada y nos conteste de mala forma y agriamente, cuando le preguntemos, y nos dé por respuesta “si no lo ve en tal pasillo, es que no lo hay” en lugar de conducirnos y hacer el esfuerzo y si no lo encuentra, por lo menos, ofrecernos uno similar, que tal vez nos satisfaga, lo cual iría en beneficio del negocio y de nosotros mismos.
Ese tratamiento que es el común denominador en todo tipo de negocios en el país, es más grave cuando se trata de lugares o establecimientos donde, por ley, es obligatorio dar una propina, que según la legislación es de un 10% sobre el costo del servicio que viene consignado en la factura, pero que el parroquiano se ve obligado a aumentarla en otro 10% o 5% y aún quien la recibe no queda conforme, pero que tampoco ha ofrecido un servicio con la calidad mínima y se cree con derecho a exigir más de lo que le corresponde a pesar de la indiferencia con el visitante, la poca o ninguna preparación y falta de atención.
El problema que indicamos es debido a que antiguamente, la costumbre de la propina, era voluntaria, que hacíamos como demostración de agradecimiento a quienes nos daban buen servicio, lo que se convertía en un estímulo, por tanto todos los servidores hacían esfuerzos para ganarse una generosa propina.