“PORQUE TAMBIEN LES PUEDE PASAR A NUESTROS NIÑOS Y ADOLESCENTES”

“PORQUE TAMBIEN LES PUEDE PASAR A NUESTROS NIÑOS Y ADOLESCENTES”

A pesar de que el síndrome fue descrito por primera vez en 1969 por H.B. Bradley como metáfora de un fenómeno psicosocial, no fue hasta el 1974 que por Freudenberger surgió la aparición del primer concepto del Síndrome de Burnout (SB) o también conocido como síndrome de desgaste profesional, síndrome de sobrecarga emocional, síndrome del quemado o síndrome de fatiga en el trabajo. En el transcurso de los años, al mismo se le han realizado importantes aportes e identificado diversas dimensiones que lo conforman, pero no fue hasta el año 2000 que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo reconoció como un factor de riesgo debido a su capacidad para afectar negativamente a la salud psicológica, biológica, químico, ergonómico, psicosocial, mecánico, ambiental y física de los trabajadores, y a la eficacia de las entidades para las que trabajan.

Este término de «Burn out» procede del inglés y se traduce en castellano por «estar quemado», por eso, se conoce como el agotamiento físico y mental del individuo que le hace perder todas las ganas de emprender sus tareas, y aunque desde su surgimiento hasta hace pocos años, su evolución se identificaba por el estrés laboral al crónico; en los últimos años el síndrome se ha comenzado a detectar en niños en edad escolar y en adolescentes, tanto así, que estudios recientes informan que es muy posible que cada profesor tenga en su clase algún niño o adolescente con este síndrome, por lo cual es necesario conocer al respecto.

Producen un síntoma que la persona lo vive y siente como si estuviera literalmente «quemado», quemado internamente, en sus emociones, actitudes, falta de estímulos y desgano.

El niño con este síndrome es una persona con un gran potencial de desarrollo en tanto cuente con el apoyo necesario para que su progreso evolutivo, en alguna medida, no sea afectado por las angustias que rodean la vida contemporánea, para lo cual se deben integrar los diversos contextos que le rodean, adaptándolos a sus necesidades de afecto, atención y sobre todo la toma de conciencia del síndrome y tratamiento médico y educativo para que su rendimiento académico no se vea mermado. Y en estos tiempos, aunque hay muchos que crean que en casa todo es más fácil, es común que tengamos bajo nuestro techo, casos así. Porque existen correlaciones negativas como la tensión que estamos viviendo, el agotamiento por los quehaceres del hogar junto al trabajo desde casa y también ser profesores, que inciden en el vigor y dedicación que se necesita para el buen funcionamiento académico de nuestros chicos, por lo que es posible, que ellos también estén llevando -consciente o inconscientemente- parte de esa carga.

Porque sin lugar a dudas, la mayoría de los padres tratamos a toda costa (aunque no sea lo verdaderamente sano) de cumplir con todas las responsabilidades diarias bajo nuestra nueva realidad en la casa, y quizás le exigimos a nuestros chicos con la misma rigurosidad por temor a

que no saque bajas calificaciones en sus entregas académicas diarias, pero esto, recae en un estrés que puede provocar profunda frustración, total desinterés en la actividad académica  y despliega recurrentemente conductas de evitación y escape como únicas estrategias de afrontamiento.

Por lo que en mi opinión, lo ideal es que la escuela esté preparada para atender a niños con este síndrome y que los padres formemos parte de todo este proceso, facilitando información al centro escolar, previendo que esa información llegue a las personas adecuadas y apoyando al niño dentro y fuera de casa.

Mientras, seamos objetivos y aceptemos nuestras realidades y limitaciones. Reconozcamos cuando necesitamos ayuda, y entendamos que así como hay numerosas causas que provocan este burnout, también se conocen tratamientos para superarlo. El primero de ellos, el apoyo de nuestra familia y amigos, complementando con una terapia o ayuda psicológica.

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