Dios nos ha dado preciosas y grandísimas promesas; y una de ellas, por su gracia, como un favor inmerecido, es que seamos portadores de su gloria. Que donde quiera que vayamos podamos huir de las pasiones juveniles; y en su lugar podamos seguir e irradiar justicia, fe, amor y paz. Y para eso necesitamos de un corazón limpio. (2 Timoteo 2:22).
Pero también el apóstol Pedro nos ha dicho: por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; (2 Pedro 1:4).
Para estar aptos para ser portadores de la gloria de Dios, necesitamos creer en que Jesús, es el Cristo, el Hijo del Dios viviente; aceptar por fe su padecimiento y posterior sacrificio en la cruz; y que al resucitar Dios lo invistió de gloria y de poder y lo sentó a la diestra del Padre en los cielos.
Pero muchas veces esa naturaleza no se manifiesta en nuestra vida porque hay que llevar por fe la cruz y seguir a Cristo.
Y eso implica dos aspectos que el apóstol Pedro nos llama a la reflexión: 1. Huir de la corrupción que hay en el mundo (alejar el corazón y guardarlo de los deleites, posiciones, fama, privilegios, reputación y poder) y 2. Crucificar la concupiscencia (el deseo de bienes materiales o deseos sexuales exacerbados o desordenados, que nos lleva a tentar y a probar del pecado y a participar de los reinos del mundo) (Santiago 1:15). El apóstol Pablo le llamó ser despojado del “viejo hombre” con sus hechos. (Colosenses 3:5-11).
Se trata de más que un nuevo nacimiento espiritual; es menguar para que el Cristo crezca (Juan 3:30); es andar y crecer, con la nueva naturaleza incorruptible de Cristo.
El Señor oró al Dios padre por los que creen en él y la gloria que me diste; yo se las he dado. (Juan 17:14-24). Y es siendo portador de su gloria que Dios puede por medio de sus mensajeros o enviados sanar enfermos y liberar personas de demonios, como cuando que Pedro sanó al paralítico del templo. Es resultado de ser portador de la naturaleza divina; pero lo más importante es que la naturaleza de Cristo se manifieste en uno.
Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. (Colosenses 3:2-4).