Posesión de lo ajeno

Posesión de lo ajeno

PEDRO GIL ITURBIDES
Trabajábamos en la Liga Municipal Dominicana cuando nos visitaron varios munícipes, interesados en que hablásemos con un funcionario haitiano. Testigos de un relato de este agregado consular para los asuntos migratorios, querían que también nosotros lo escuchásemos. Y, en la medida de lo posible, buscásemos solución a sus quejas. Aceptamos se concertase el encuentro que se verificó el mismo día.

Corría el año de 1988, y al dichoso funcionario consular le habían robado su automóvil por cuarta vez. El Vicecanciller, don Fabio Herrera Cabral, cumplió gestiones propias de su investidura, en cada ocasión, para que se le devolviese el vehículo. El funcionario consular haitiano estaba harto del robo, tanto por que lo despojaban mientras realizaba diligencias diversas, como por las molestias que aquello conllevaba.

Decidimos hablar con don Fabio. Apenas mencionado el nombre del agregado consular, el Vicecanciller nos interrumpió. Y pareció vivir las dificultades de aquél humilde funcionario en la misión de Haití en República Dominicana. Don Fabio, además, nos hizo una pregunta: ¿has visto la campaña sobre esclavización de los haitianos en el país?

¡Claro que sabía de la misma! Comidilla nacional e internacional de la política dominicana, el asunto no era para que lo ignorase nadie. Por aquellos días, además, un senador federal de Estados Unidos de Norteamérica pidió que su país restringiera o anulara los programas de asistencia a República Dominicana.

Y todo se le debe a ese dichoso carro, nos dijo, casi desanimado, el experimentado hombre público.

Ese mismo día acudimos a la casa del Presidente Joaquín Balaguer, a la espera del jefe de la Policía Nacional. Buscábamos el escenario, más que al hombre que conducía al cuerpo del orden y la seguridad ciudadanas. Le contamos cuanto sabíamos del caso y las conclusiones a que había llegado la Cancillería, sin mencionar el nombre de don Fabio.

¿Es posible que la República sea objeto de acusaciones como éstas ante la Organización Internacional del Trabajo, por el robo de un vehículo? ¿Es necesario que el nombre de la República se encuentre en boca de burócratas y políticos extranjeros, por culpa de una inconsecuencia como ésa? El jefe policial de esos días quiso decirme que el cuerpo no era responsable por las conductas de los ladrones. Ocurre, empero, que Haití montó, debido a este insignificante suceso, un operativo de seguridad, y ese cuerpo había identificado a los ladrones.

Eludir la responsabilidad del cuerpo de orden era tanto como atraer la condena internacional en la Organización de las Naciones Unidas, hacia donde se dirigía el caso. La asamblea general de esa entidad se acercaba, y expusimos al jefe policial la gravedad del asunto. ¿Se lo contamos al Presidente? Me pidió ese día para hablar con el oficial acusado. Y al cerrar la conversación le pedimos que, cuando fuese devuelto el automóvil, se evitara su robo por nueva vez.

En la tarde del día siguiente recibimos una llamada del oficial al cual acusaba el agregado consular para asuntos migratorios, de la misión haitiana. Habían recuperado el vehículo tras un intenso operativo, y deseaba saber si lo devolvían por vía de la Liga Municipal Dominicana o de la Cancillería. ¿No puede entregársele directamente al propietario, preguntamos? Circunspecto, grave, nos pidió tiempo para consultar a la superioridad. «Es un asunto delicado», nos dijo.

El vehículo fue devuelto sin gran ceremonia, por última vez. Recorrimos con el dichoso agregado haitiano, con posterioridad a estos hechos, campos de caña en el este del país. Nos acompañaron los Dres. Miguel y José Catedral, y Rafael Vásquez. Por increíble que parezca, los informes del agregado consular comenzaron a cambiar de tono. Era evidente que nos volvíamos menos racistas, me dijo una tarde de domingo, ¡ya no esclavizábamos a sus hermanos!

Tampoco nos robábamos su vehículo. El tema fue retomado por Jean Bertrand Aristide dos años más tarde. Pero del mismo no quedaban sino secuelas, y el funcionario que iniciara con callados informes el trascendente debate, había retornado a su país. Cuando fue retirado de su misión en Santo Domingo, ya nos veía como angelitos. Porque ya no nos robábamos su carro.

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