Postmortem

Postmortem

SERGIO SARITA VALDEZ
Correspondió al cantautor argentino Alberto Cortés lanzar al viento, cual trinar de ruiseñor, estos versos hermosos llenos de una belleza sublime: «Qué suerte he tenido de nacer, /para entender que el honesto y el perverso/son dueños por igual del universo/aunque tengan distinto parecer. / Qué suerte he tenido de nacer, /para callar cuando habla el que más sabe. /Aprender a escuchar, esa es la clave, /si se tiene intenciones de saber. /Pero sé, bien que sé/que en mi viaje final escucharé/el ambiguo tañer de las campanas/saludando mi adiós, y otra mañana/y otra voz, como yo, con otro acento/cantará a los cuatro vientos/ ¡Qué suerte he tenido de nacer!.

Parodiando a Cortés me atrevería a exclamar: ¡Qué suerte he tenido de vivir para leer y aprender de la experiencia de los otros! Así se siente uno cuando le premia la dicha con tener entre sus manos y poder disfrutar inmensamente la lectura de un trabajo serio realizado por el profesor de sociología de la Universidad de California, Stefan Timmermans. El aporte científico ha sido plasmado en un libro bajo el provocador título de Postmortem, publicado en 2006 por la editora The University of Chicago Press.

En el capítulo introductorio de la mencionada obra se reseñan las vivencias del investigador médico forense George LeBrun, las cuales recogen su trabajo en la ciudad de Nueva York durante el período comprendido entre 1898 y su retiro en la década de los 40 del siguiente siglo. Esa enorme experiencia fue publicada en 1962 por la editora Morrow & Company y se titula Tiempo de decir; tal cual dicho a Edward D. Radin. En ese escrito LeBrun reporta que el éxito de gente de negocio en la tierra de Walt Whitman llegó a depender de la corrupción del sistema medicolegal.

Más adelante comenta George: «Unos cuantos forenses, déjeme enfatizar lo de unos cuantos, fueron unos locos atrevidos que servían a la justicia por dinero. Su único interés en cada nuevo caso consistía en descubrir la manera de extorsionar por dinero y hacer uso de su función de investigador forense para chantajear y hacer fortuna». No fue sino cuando se sustituyó el formato de «Coroner» el cual permitía ser jefe de la investigación de Ciencias Forenses a cualquier chofer, plomero, propietario de un bar, carpintero, o encargado de funeraria. Massachusetts fue el primer estado norteamericano que estableció la necesidad de ser un médico forense quien dirigiera la investigación médico forense. Sin embargo, no fue sino entre 1955 y 1985 que muchos estados adoptaron el nuevo sistema de Medical Examiner. Vale la pena resaltar que en el año 2007 todavía la mitad de la población estadounidense sigue siendo atendida con el viejo sistema de «Coroner».

Las ciencias forenses de la República Dominicana, cual satélite lunático, parece orbitar como una pésima imitación del decrépito modelo en agonía. El nuevo libro de Stefan Timmermans nos enriquece con 250 autopsias judiciales testimoniadas, analizadas, documentadas y comentadas por un sociólogo calificado. Al tiempo que nos deleitamos con este manjar forense también aumenta nuestra preocupación creciente ante la amenaza que se cierne sobre el futuro de la medicina forense dominicana.

Roguemos al Señor para que el gigantesco pulpo de la corrupción que históricamente ha venido arropando al cuerpo social de la nación, no termine estrangulando al casi asfixiado pueblo, con este nuevo tentáculo llamado Instituto Nacional de Ciencias Forenses. Recordemos aquella expresión del más grande de los dominicanos, Juan Pablo Duarte: «Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio; hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la Patria».

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