Poseemos una inmensa riqueza que yace inexplotada, un bien desaprovechado: el potencial humano, crucial en la economía del conocimiento, de cuyo desarrollo depende que República Dominicana se incorpore ventajosamente en el mercado internacional, supere los rezagos en productividad y competitividad, el logro de un sistema económico de sólidas bases productivas.
Su consecución obliga a priorizar el talento, la creatividad, aprovecharlo masivamente, convertir a la gente en el principal factor del desarrollo, en la palanca que impulse un salto cualitativo y nos remonte a las cimas del conocimiento, de un bienestar sin exclusión ni discriminación.
No obstante su importancia, el talento dominicano sigue altamente subutilizado, infravalorado, pese a ser más rentable que el oro y el níquel, más aún en un mundo cambiante con la dinámica de la era tecnológica que, privilegiando el conocimiento, se enrumba por la mentefactura y empieza a transitar la cuarta revolución industrial.
Como los bosques y los ríos, durante 17 años del siglo XXI, el país ha mantenido recursos humanos degradados, hombres y mujeres sin un pleno desarrollo de sus potencialidades, de su intelecto, la inteligencia innovadora, debido a las barreras impuestas por la desigualdad económica y social que los deja desnutridos física y mentalmente, con anemia intelectual.
Vidas a medias. Apenas sobreviven, nacen y mueren sin lograr las competencias que conduzcan al país hacia elevados niveles de escolaridad, con un personal altamente calificado que impulse la competitividad, sin la que no es sustentable ningún sistema económico.
Esta deberá ser una meta inaplazable para lograr el óptimo aprovechamiento de un capital humano subvaluado, una de las nefastas secuelas de la desigualdad y de la pobreza, freno del desarrollo sostenible por su repercusión en la degradación humana y deterioro medioambiental.
La desigualdad, fenómeno de gran complejidad, mantiene a una gran población dominicana sin el debido desarrollo de sus capacidades por la falta de oportunidades, los déficit en servicios de salud y educación.
Considerando la deserción escolar, sobre todo en los jóvenes, la gran cantidad de empleados formales retribuidos con el salario mínimo y los que realizan trabajos precarios en la informalidad, se deduce la elevada proporción de la fuerza laboral dominicana con baja calificación.
Energía renovadora. Es preciso vigorizar el país con la fuerza renovadora de la juventud. Invertir para que los jóvenes no deserten en el bachillerato o a la universidad, y alcancen una profesión o formación técnica de calidad.
Lograrlo implica invertir en la gente, no con un asistencialismo improductivo, parasitario, sino destinando recursos a la creación de empleos productivos, garantizar la calidad en la educación, servicios de salud y una seguridad social efectiva.
Difícilmente tengamos una fuerza laboral sana, apta para impulsar el desarrollo y el avance científico y tecnológico con un sistema sanitario colapsado, de gran inequidad, que enfatiza la costosísima salud curativa y no la promoción y prevención.
Tal situación se expresa en el alto índice de muertes infantiles, de patologías transmisibles e inmunoprevenibles, por la imposibilidad de acceder a servicios de salud de calidad, cuyo costo gravita severamente en los presupuestos familiares.
Sinergias. Revertir esa situación exige un cambio estructural, buscar sinergias entre el sistema educativo y la economía, propiciando aumentos de productividad a través de actividades intensivas en conocimiento y de rápido crecimiento de la demanda interna y externa para así generar más y mejores empleos.
Entre 2001 y 2017 la economía dominicana mostró un decrecimiento en la participación de la manufactura local en el Producto Interno Bruto al operar con bajo valor agregado.
Eso debe superarse. Y, a la par fortalecer e innovar la agricultura y la manufactura, hacer los ajustes para inducir al país hacia la revolución tecnológica, hacia la mentefactura, sustentada en el talento humano.
Lograrlo implica formar profesionales, investigadores, científicos, llamados a crear un alto valor agregado en los productos de consumo interno y de exportación. Vincular sistemas innovadores con las dinámicas productivas, exigencia de la economía global que induce al salto, a un escalamiento de valor de la agromanufactura a la mentefactura, un estadio de desarrollo demandante de personal altamente calificado.
Sin embargo, una alta proporción de la población joven y adulta sigue lesionada por enormes brechas de oportunidades y de capacidades, de acceso a las tecnologías de la comunicación y de la información.
Debemos conformar un renovado modelo educativo que promueva la investigación y combata el desfase tecnológico, del que surjan los profesionales y técnicos requeridos por un plan nacional de desarrollo. Poner en marcha una educación integral en la que se posicionen nuevas mentalidades, enfoques diferentes, conductas asertivas, proactivas, encarnadas en las nuevas generaciones, los niños y niñas nacidos en el siglo XXI, la juventud que perfilará el futuro.
Entre los remanentes del pasado, comenzaría a surgir un país distinto al que hoy se desintegra con la pobreza, la corrupción y la delincuencia, sería posible si una educación de alta calidad y pertinencia eleva el índice de desarrollo humano.
LAS CLAVES
1. Formación integral
La capacitación de los recursos humanos va más allá de la formación académica, del desarrollo de sus capacidades mentales e intelectuales. Es preciso una educación integral, formal e informal, que fortalezca la conciencia crítica, enseñe a discernir, a optimizar inteligencia y voluntad, a potencializar la inventiva y desplegar las fuerzas creativas. Una educación de alta calidad surgida del hogar y de la escuela, de la que emane un ser humano con arraigado sentido de su identidad y normas de convivencia con sus congéneres y el medio ambiente. Emprender programas educativos que fomenten un espíritu conservacionista que aquilate el valor de los recursos naturales, protegiendo los suelos, bosques y los ríos.
2. Inercia mental
Aprovechar las potencialidades humanas implica dejar atrás la inercia mental que nos impide desarrollar la creatividad y la capacidad de raciocinio, emprender iniciativas. Nos acostumbramos a copiar, acomodándonos a adaptar soluciones externas, a seguir pautas trazadas por organismos internacionales. Debemos romper con el perfil de nación importadora de cerebros y exportadora de mano de obra. Planificar, no meramente graduar sin control especialistas en diversas disciplinas para que la falta de mercado y bajos sueldos los lance al exilio económico.
3. Investigación
El país necesita ganar competitividad con la investigación, el desarrollo y la innovación, herramientas indispensables para mejorar procesos y productos en una búsqueda sistemática de productividad y competitividad. Involucrarse en una estrategia de reindustrialización, pasar de la manufactura de ensamble a la manufactura integrada, a industrias intensivas en conocimiento que deriven en más productividad, mejores salarios y una mayor calidad de vida para toda la población.