La tradición tiene un enorme peso en el comportamiento humano. A veces se hacen cosas que no soportan el más mínimo análisis lógico cuando se nos cuestiona el por qué las realizamos. Solemos responder diciendo que esa es la manera que se acostumbra hacerlo. A mediados de siglo pasado, Albert Einstein nos advertía que no podemos resolver los problemas utilizando la misma línea de razonamiento que empleamos al crearlos. A sabiendas de la necesidad que tiene la ciencia de renovarse continuamente, el científico aunque se satisface cuando lleva a cabo su tarea correctamente, no debe olvidar que siempre habrá espacio para mejorar la calidad y la eficiencia de los procedimientos. La práctica médica es arte y es ciencia a la vez. El arte de curar debe acompañarse de un conocimiento previo de la génesis del mal o enfermedad, el modo de instalación del proceso, su evolución, la etapa en que se encuentra, así como del modo más efectivo de prevenirlo y de tratarlo. La innovación es un ingrediente indispensable para el avance científico, lo cual se convierte en un reto continuo para el profesional que pretenda mantener vigencia en un universo que cambia aceleradamente minuto a minuto. Para muestra basta un botón, veamos: el germen causante de la tuberculosis pulmonar fue identificado por Robert Koch el 24 de marzo de 1882, de ahí el nombre Bacilo de Koch. Para ese entonces los microbios se definían en base a su morfología, propiedades tintoriales y comportamiento en el caldo de cultivo. Nadie soñaba con una compleja molécula proteica vital en la que se grabaran, biológicamente hablando, las adaptaciones evolutivas microbianas que ya Charles Darwin había advertido en el macromundo en 1859 cuando publicó el libro “El origen de las especies”. Casi un siglo después, James Watson y Francis Crick, en 1953 dieron a conocer esa maravillosa estructura molecular helicoidal doble. Allí se alojaba la memoria histórica de las mutaciones ocurridas como respuesta de acomodo ambiental necesario para perpetuar la vida. Otras décadas habríamos de esperar para conocer la composición molecular del germen responsable de la tisis. Lo que en 1882 parecía un simple microorganismo ahora sabemos que corresponde a uno de los miembros de una familia con variantes mutantes de sumo interés médico. De inicio la tuberculosis se trataba enviando a los pacientes a las zonas montañosas donde había poco oxígeno; también se les sometía al colapso quirúrgico del pulmón para que los microbios no recibieran suficiente oxígeno y por ende murieran. La estreptomicina descubierta en 1943 fue el primer antibiótico a utilizarse en el tratamiento de la TB pulmonar. Luego se agregó la isoniacida, la rifampicina, la pirazinamida y el etambutol. ?Que ha venido a suceder? La aparición de nuevas mutantes del microbio con el desagradable atributo de que son resistentes a la indumentaria antibiótica presente. La práctica de ayer nos ha generado un nuevo y serio problema presente a resolver. La patología molecular permite identificar los genes mutados, así como hacer experimentos de laboratorio en búsqueda de soluciones clínicas oportunas y efectivas que humanamente esperan por un corto mañana.