Praia

Praia

CHIQUI VICIOSO
Es curioso que la discoteca donde un guachimán acaba de asesinar por accidente (no tenía el entrenamiento para dispararle a las gomas del carro) a la joven Pura Alexandra Núñez Rodríguez, de 22 años, se llame Praia, o playa en portugués. Cuando se escucha esta palabra se piensa en Río de Janeiro, en el otro país con mayor población mulata en el mundo, además de la República Dominicana.

En ambas naciones, Brasil y nosotros, el racismo es una enfermedad endémica, y lo que es peor, internalizada por negros y mulatos (la opresión sólo es posible cuando el oprimido la asume y practica como algo normal, decía el educador brasilero Paulo Freire), que en su expresión más elemental (guachimanes y militares) viven cometiendo atrocidades, como esa de golpear con chuchos de alambre a niños pedigüeños, que denuncié en un artículo reciente, o impedir que alguien entre a una discoteca porque no tiene pinta de clase media, o el color adecuado.

En Brasil, bajo el llamado culto a las mulatas, sus nalgas y caderas, se esconde un racismo y sexismo tan escandaloso que las mujeres de avanzada de esa nación y los sectores preclaros de las iglesias, han hecho de su denuncia una bandera. Aquí, el racismo se manifiesta de manera permanente en los medios de comunicación, la música, las prácticas sociales, los valores que se inculcan (algo a considerar en los currículos de la educación primaria y secundaria), la lengua (la palabra negro siempre tiene una connotación negativa),  y en las  relaciones interpersonales.

Conozco a mujeres blancas, casadas con negros, que se permiten practicar el racismo contra las parejas de sus hijos, bajo el ojo permisivo del mismo marido cuyo color menosprecian; conozco a militantes de las llamadas iglesias cristianas y del catolicismo carismático, en cuyas fiestas se hace del negrear una rutina, antes contra de Peña Gómez y hoy en contra de todo funcionario publico que no sea blanco; Conozco a jóvenes mulatos, de ambos sexos, que en Estados Unidos y cualquier país de Europa serían considerados como lo que son, mulatos de segunda y tercera generación, que se comportan como miembros de la realeza británica, no entendiendo que no hay países con un historial más infame, para ciudadanos de las ex-colonias del Tercer y Cuarto Mundo, que las monarquías que tanto parecen deslumbrar a nuestras “aristocracias” locales; conozco a artistas como Duluc, criollo Bob Marley, uno de nuestros mejores intérpretes de música de fusión caribeña, a quien la policía “pela” cada vez que lo arresta por ser negro y tener trencitas, a pesar de que éste les demuestra que es un artista, a lo que ellos despectivamente le responden con el epíteto de “tiguere”.

Y podría repetir ejemplos como este ad infinitum que hoy, agotada como estoy, sólo me causan una profunda sensación de desánimo, pero lo que intento con este artículo es impedir que la atención se centre ahora en el guachimán que acaba de dispararle a una joven profesional de 22 años, como si fuera él, y no el dueño de Praia, el culpable.

Con este nuevo incidente, en esa ya infame discoteca, muchos dirán que cuando a la hija de Vickiana le impidieron la entrada porque era “negra” (dejando pasar a su hermana porque era “clara”), se debió despedir al guachimán, o sancionar la discoteca. Creo que lo que hay que averiguar ahora es quién es el dueño de ese antro y cerrarle el local, porque un país que tiene como Presidente a un mulato, que en Estados Unidos sería considerado como negro, (recuerden al más prominente de los dirigentes negros el reverendo Jessie Jackson) no se puede dar el lujo de permitir estos islotes de Apartheid.

Y si cerrar la discoteca por una acción legal no es posible, los padres y madres de la juventud que va a discotecas deberían tomar el caso de Pura Alexandra como estandarte, declararle un boicott a Praia hasta cerrarla, y luego fumigar con oraciones ese centro del prejuicio y la estupidez humana, donde hay de todos menos la serenidad del mar cuando confiado se acerca a la arena y con un susurro nos recuerda lo afortunada que somos por no haber podido, como las protagonistas de Yerma, parir y vivir en zozobra, como todos aquellos que se encomiendan a Dios cada vez que sus hijos e hijas salen a exponerse, digo a divertirse, en esa trampa en que se están convirtiendo las discotecas de esta ciudad.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas