Carece de disciplina, no tiene orden, menos liderazgo, sus principios revolucionario y nacionalista y su tan cacareado centralismo democrático fueron sepultados en el mismo nicho en donde reposan los sacrosantos restos de su indiscutible ex líder, doctor José Francisco Peña Gómez.
Observamos con preocupación que esta poderosa organización política que se mantiene en el pensamiento nacional no obstante los desaciertos de sus dirigentes trabaja en procura de su resquebrajamiento y, con ello, la Esperanza Nacional se convertirá, si es que no logra la unidad dentro de la diversidad, en un agradable e imperecedero recuerdo.
Su mística de trabajo organizativo ha desaparecido y el compañerismo, amistad, entrega, lealtad y reciprocidad son cosas del pasado y, en cambio, el partido blanco es un escenario en el cual la malquerencia, traición, insultos, acusaciones y contra-acusaciones, ausencia de confianza forman parte de su diario quehacer.
En la actual coyuntura, el PRD que recibió un amplio apoyo popular en las anteriores elecciones debería ofrecer un ejemplo de unidad partidaria, sepultando los rencores y con ello ejecutar las acciones que le corresponden como partido mayoritario de oposición, y abstenerse de continuar una absurda lucha intestina que lo conduce hacia un destino incierto.
El partido del jacho prendío opinamos, si desea continuar teniendo el favor mayoritario de la población, deberá convertir en victoria la derrota electoral pasada y comportarse a la altura de la circunstancia en estos momentos de dificultades económicas, déficit fiscal y crisis de valores.
En esta organización política debería restaurarse la tan ansiada paz que reclama su militancia, imponer la disciplina perdida, activar sus organismos de dirección, comités zonales y provinciales, actualizar su Padrón electoral, darle vida a su Escuela de Formación Política y, al propio tiempo, aunque esto resultaría una tarea sumamente difícil, lograr un reencuentro entre la fraccionada familia perredeísta.
Sin embargo, esta tarea, conforme a la situación imperante, parece distanciarse, principalmente porque Hipólito Mejía y Miguel Vargas Maldonado, se consideran propietarios del PRD, y por comisión u omisión, junto a algunos de sus seguidores y consejeros, no comprenden que están construyendo, con sus incomprensiones y equivocaciones, el nicho político en el cual sepultarán el cadáver blanco del perredeísmo.
De todas maneras, parece que no hay posibilidad de entendimiento entre estos dos sectores, por lo que se impone el surgimiento de un nuevo liderazgo que, a las malas o a las buenas, pero por las vías pacífica y civilizada institucionalmente, desplacen a quienes pretenden destruir este instrumento de lucha por la libertad y la democracia, fundado el 5 de julio de 1939, en La Habana, Cuba.