PRD: el liderazgo díscolo

PRD: el liderazgo díscolo

Al PRD le caben muchas glorias. Fue fundado en el exilio por disidentes de la dictadura cuando el país se dividía entre patriotas que se adherían al régimen y traidores que se oponían, según lo definió el mismísimo Trujillo.

Muerto el dictador, el PRD llegó al país y se enfrentó a los remanentes de la dictadura y a la oligarquía anti-trujillista. Con verbo profundo y sencillo, Juan Bosch cautivó las masas que anhelaban libertad. Triunfó en las primeras elecciones democráticas de 1962, pero en esa época este país seguía condenado al autoritarismo. Rápidamente lo derrocaron y el PRD adquirió aún mayor valor político.

Volver a la constitucionalidad fue el llamado a la lucha que culminó con la breve Guerra Civil de 1965. La intervención militar norteamericana y el retorno de Joaquín Balaguer colocaron al PRD en la única opción posible: la lucha por la democracia. Entre intentos unitarios y conflictos, el perredeísmo se contrapuso a la semi-dictadura de Balaguer en 1970, 1974 y 1978.

Juan Bosch se marchó con un grupito en 1973 y José Francisco Peña Gómez se alzó con el liderazgo. Con el negro delante de la oreja cautivó las masas con una oratoria estridente. Tribuna Democrática no fue más la escuela política de Bosch, sino la campanada peñagomista.

Esa gran base política que forjó el PRD, único partido de masas que ha parido la sociedad dominicana, se convirtió en la manzana de la discordia. Las pugnas de figuras políticas por llegar al poder han marcado los años de elecciones democráticas a partir de 1978.

Las presidencias de Antonio Guzmán y de Salvador Jorge Blanco estuvieron marcadas por las llamadas “tendencias”, expresión del grupismo en torno a figuras con aspiraciones presidenciales. Esas confrontaciones fueron mediadas por Peña Gómez, que agotó su liderazgo entre disputas partidarias.

Con el PRD amilanado luego de la derrota electoral de 1986, Peña Gómez, vedado de la presidencia por ser negro y de origen haitiano, decidió impulsar su propia candidatura en 1990, 1994 y 1996. La debilidad del PRD en 1990, el fraude de Balaguer en 1994, y el apoyo balaguerista al PLD en 1996 impidieron que Peña Gómez llegara a ser Presidente de la República antes de morir en 1998.

Rápidamente, el PRD fue beneficiario de los intentos frustrados de Peña Gómez por llegar a la presidencia. En las elecciones de 1998, los perredeístas se alzaron con la mayoría de las posiciones electivas en el Congreso y los municipios, y en el año 2000 con la presidencia. Ese gran partido tuvo en aquel momento la posibilidad de gobernar por largo tiempo, pero la tramposería con la reforma constitucional de 2002 para la repostulación de Hipólito Mejía, y la crisis económica de 2003-2004, barrieron con el PRD.

Desde entonces, en el PRD ha primado la confrontación de grupos por controlar el partido, la imposibilidad de concertación, y la falta de principios políticos. Ese gran partido que forjaron Bosch y Peña Gómez empequeñeció sin liderazgo convincente ni propuestas políticas atractivas.

Generalmente los partidos políticos decaen cuando pierden su base de apoyo. El caso del PRD es diferente. El partido cuenta con una gran base electoral, pero sus líderes son incapaces de dirimir diferencias y articularse.

Todos creen que captarán los votantes porque asumen que el perredeísmo es un sentimiento nacional que trasciende todo conflicto y aguanta todos los embates; pero ahí se equivocan. Por cuenta propia ninguno triunfará, ni siquiera los que utilicen las siglas del PRD como franquicia en un proceso electoral.

Ese liderazgo díscolo ha empobrecido y empequeñecido un gran partido de masas.

 

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