Precisiones teóricas
para Miguel Aníbal Perdomo

Precisiones teóricas <BR>para Miguel Aníbal Perdomo

DIÓGENES CÉSPEDES
Me valgo de tu recensión para clarificar algunas nociones usadas por ti a lo largo de tu texto aparecido en AREÍTO del 28 de julio de 2.007. En tu discurso asumes un reto que los escritores del patio no te agradecerán: El afirmar que la labor intelectual por excelencia es la crítica, ya que todo intelectual es un crítico.

Todas las teorías tradicionales confluyen en sacralizar uno de los “géneros” literarios como superior a los demás. El cliché por antonomasia es el que estima que la poesía es el género superior.

Los intelectuales tradicionales son aquellos que no han sido capaces de transformar la teoría metafísica del signo. La teoría literaria de esta metafísica es la estilística, con su estética infusa. Ambas, estilística y estética, poseen un arsenal de nociones literarias extraídas de Platón y Aristóteles. Verdaderos estereotipos que no necesitan justificación por parte de quienes los usan en sus análisis literarios. Los conceptos de la Poética y la Retórica aristotélica tienen más de dos mil años de funcionamiento. Estos conceptos están en el aire, como los virus. Cada cual puede atraparlos y hacerlos suyos sin necesidad de citar a Platón o Aristóteles y mucho menos a quienes, en cada siglo, los han actualizado.

Pero esos conceptos literarios platónicos o aristotélicos que los modernos métodos lingüísticos, estilísticos, estéticos, marxistas, sociológicos, psicoanalíticos, historicistas, psicológicos, genéticos, semióticos y estructuralistas han actualizado, no tienen ninguna pertinencia porque sus conceptos carecen de rigor, coherencia interna y poder de conocimiento con respecto a la determinación del valor de un texto literario.

El rechazo de lo radicalmente arbitrario e histórico del lenguaje y el signo los inhabilita como discursos teóricos que tengan algo dialéctico que decir acerca del ritmo, pues este último será siempre para ellos una métrica, visible o invisible, una musicalidad, un correr del agua o del movimiento del mar y otras sandeces que observo en los trabajos de los escritores y críticos dominicanos, sean hombres o mujeres. Ni la poética de Meschonnic ni esos métodos metafísicos poseen la verdad. Simplemente, el primero tiene más rigor y coherencia interna. Eso es todo. En cuanto a textos de ficción, estos ni son la bella mentira ni la verdad. Son sentidos para lo social, sentido que cambia las ideologías de su época. Si no hace esto, en ideología se queda.

Toda escritura es crítica y toda labor intelectual es crítica. En este sentido, si la obra es valor, es decir, ritmo, ella cambia las ideologías de una época. Una de esas ideologías es la de los géneros literarios. La obra de valor es su propio género. Es su propio estilo, es una obra-estilo. Por eso no hay géneros. Estos sólo existen en la teoría tradicional de la literatura.

 En “Escritos críticos”, obra que sin duda leíste en los años 70, aclaré que los géneros estaban abolidos desde finales de siglo XIX; que la nueva novela francesa, el grupo Tel Quel y la poética de Meschonnic le dieron el tiro de gracia a los resabios que quedaron de esa noción. Expliqué en los decenios del 70 y 80 que si empleé en mis libros la palabra “ensayo”, “poema” o cualquier otra aneja a géneros literarios, era para burlarme de esos clichés literarios, ya que la forma-sentido de mis textos es todo lo contrario de un género literario. Como dices en tu reseña, no es posible encasillar el libro porque contiene todos los materiales de la pluralidad: historia, mitos, leyendas, teoría, emociones, sentimientos, religión, teología, poéticas, lingüísticas, ritmo de otros poetas, oralidad, vida cotidiana, ciencias, diseño de arte, música popular, citas literarias, música clásica, geografía.

Todo eso revuelvo y mezclado en medio de una gran carcajada en contra de los estereotipos y los clichés que ponen a la gente a dormir el sueño eterno del mantenimiento del orden social, humano, divino y literario.

He hecho este trabajo poético no para transgredir, ni subvertir ni para rebelarme, sino para transformar, para cambiar un orden literario que en la práctica de la escritura y de la producción de conocimiento nuevo, veo estancado, repetidor y lirizador de los conceptos antiguos, pero lleno de una ferocidad narcisista que espanta y goloso de fama, sobre todo fama y mucha trepaduría política.

Es obvio, entonces, que con tal panorama de por medio, estos poetas, críticos y ensayistas no pueden crear una obra grande que cambie las ideologías de la época en que viven si les rinden pleitesía a los fastos del Poder y sus instancias, escriben para concursos y para obtener viajes al extranjero. Tienen treinta años repitiendo en todos los foros nacionales e internacionales la misma metafísica del signo en términos peores que los de Aristóteles y Platón y sus discípulos. En todos los foros, las mismas sandeces sobre el ritmo poético. Las mismas sandeces sobre la especificidad del valor literario, en todos los foros. Las mismas sandeces sobre el lenguaje que miente, que no sirve para expresar todo lo que uno desea, que dice más de lo que uno se propuso decir, que la historia camina o marcha.

Las mismas confusiones sobre el lenguaje y la lengua como instrumentos de comunicación en todos estos poetas y escritores dominicanos y extranjeros. Gracias a la caída del muro de Berlín en 1989, ya han desaparecido casi por completo aquellas sandeces de que el lenguaje o la lengua eran un reflejo de la lucha de clases, aunque los genios poéticos del país se resisten a abandonar la teoría del compromiso de la literatura y el arte.

 Mi libro que reseñas no tiene una intención semántica. No existe libro que no sea semántico. Su intención es política. La política de todo texto es cambiar las ideologías de una época. Esas ideologías son las creencias que los sujetos tienen. Todas las creencias son  falsas. Lo falso es lo que no está basado en prueba. Como no hay prueba, es más fácil y cómodo vivir de creencias. Casi todo el mundo vive de creencias. En tu reseña, al parecer, el único que no vive de creencias es el intelectual, puesto que es un crítico.

La obra poética o literaria es lo más crítico que uno pueda concebir. Entonces, si todo intelectual es un crítico de las ideologías de su época, ¿son para ti intelectuales todos esos repetidores de las teorías literarias, culturales, históricas y políticas de su época? Caduca es la teoría que confunde sujeto con individuo; ritmo con métrica, musicalidad, con el cosmos; signo lingüístico con convención. Caduca es la que no asume que una teoría del lenguaje es idéntica a una teoría de la historia y viceversa. Caduca es la que no asume que una teoría del lenguaje como historia implica una teoría del Estado y el poder, de lo social, del sujeto y el individuo, del poema y la traducción.

 Caduca es la teoría que concibe el lenguaje y la lengua como un instrumento. Por lógica también serán instrumentos para ese poeta, crítico o escritor, lo social, lo lógico, lo político y lo artístico-literario. Esos cinco instrumentalismos puedes rastrearlos en los discursos teóricos o de ficción de nuestros intelectuales y escritores y componer un volumen de más de mil páginas para deleite de los lectores de una antología del disparate. 

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