Prefiguración del servicio

Prefiguración del servicio

Pedro Gil Iturbides
Es San Juan quien lo cuenta. Transcurrida la cena en la que Nuestro Señor instituyó el sacramento de la Eucaristía, tomó una toalla y echó agua en una vasija.

Indicó entonces a sus discípulos, a quienes pidiera esa noche que lo recordasen siempre repitiendo cuanto había hecho, que se dejasen lavar los pies. Fue san Pedro, sin embargo, quien pretendió objetar las indicaciones ofrecidas por su amigo y Maestro. «¡Señor! ¿lavarme los pies tú a mí?» Sin duda el discípulo estaba sorprendido. A lo largo de tres años lo acompañó por todos los caminos. Lo contemplaba como un sabio, a quién él mismo había señalado como el Hijo de Dios.

 Entonces, ¿de dónde a qué, esto de rebajarse a lavarle los pies? Para Pedro esto es inconcebible, aunque, refiere Juan otros ya habían sido lavados. Ante la postura de Pedro, Jesús se muestra irrefragable. Si no accede, le advierte, y no le lava los pies, cesará la relación que han tenido.

El discípulo se sobrecoge. Ha visto a Jesús confrontar con adustas manifestaciones, a escribas y fariseos. Lo ha contemplado pelearse contra mercaderes que tranzan sus negocios en la sinagoga.

Admiró la impertérrita expresión de su rostro cuando enfrentó la turba que pretendía lapidar a la adúltera. Pero en éstas y otras manifestaciones, Jesús es el sabio que se sitúa por encima de cuantos lo rodean. Ahora pretende rebajarse, volverse un insignificante siervo para limpiar de sus pies los polvos del camino.

¡No, tú no lo harás! Pero con esa tranquilidad que fue distintiva de sus reacciones, Jesús le dice que tal vez Pedro, y los demás, no puedan comprenderlo en ése instante. Más adelante se darán cuenta por qué pide que le permitan lavarle los pies, rebajarse ante ellos.

Allí mismo, por supuesto, intenta una explicación. “Me llaman Maestro y Señor, y ciertamente lo soy”, afirma. “Si yo, su Maestro y Señor lavo sus pies, ustedes deben lavárselos los unos a los otros”.

Se colige de la lectura de los Evangelios que es en ese escenario en que ellos se disputan cuál es el preferido de Jesús. Porque los otros evangelistas consignan que Jesús los amonesta luego de la cena, señalándoles que nadie es más que otro, y que el mayor es quien sirve a los demás.

¡Imperecedera lección que, pese a todos los siglos durante los que la hemos leído, no hemos logrado aprenderla!

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