El domingo pasado escuché el discurso de Leonel Fernández en el mitin de la plataforma electoral que se propone llevarlo de nuevo al poder, y me quedé preguntándole numerosas cosas al viento. ¿Qué puede prometer este hombre a un país que ha gobernado tres veces, hundiéndolo en la más abyecta de las miserias morales? ¿No se han agotado todas sus promesas, en el trasiego miserable de su ambición? ¿No es él como una herencia metafórica de la personalización del poder, el juego mesiánico, y el “na e’ na” del descalabro social? ¿Agarrarse a su figura no es, acaso, como el abrazo de un fetiche vacío, o el rito del agiotista ante un triste cenotafio?
La República Dominicana es el reinado de la anomia social. Oyéndolo preguntarle a la muchedumbre sobre la permanencia de los grandes problemas estructurales que él se propone enfrentar, parecería un ser completamente ajeno a nuestras desgracias. Y es que la historia dominicana es un pasillo circular que nos lleva a las mismas puertas, y siempre estamos, como nación, fatalmente atados a la manipulación de políticos inescrupulosos que instrumentalizan la ignorancia del pueblo y domestican su hambre. Leonel Fernández quiere presentarse ahora como acabadito de hacer, escondiendo los escombros comunes a todos los falsos Dioses.
Pero, ¿no es ese mismo “líder” el que ha caracterizado sus “triunfos” electorales por el uso demencial del presupuesto, la venalidad del transfuguismo, la corrupción, la inequidad en la competencia electoral, y el ventajismo estatal? ¿Más de 120 mil millones gastados en apenas tres meses durante la transición después del triunfo de Danilo Medina, preparando su regreso en el 2016, no es expresión concreta de su megalomanía y desprecio por el bienestar colectivo? ¿No se tejió el contrato de la Barrick Gold atendiendo a la “estrategia” de que lo poco que se dejaba para el país comenzara a entrar al fisco a partir del 2016, fecha en la que el “líder” regresaría? ¿Elección por elección no ha usado Leonel Fernández el dinero público en beneficio propio, amparándose en su dominio del presupuesto? ¿En su reelección del 2008 no remontó el déficit en poco más de 55 mil millones? ¿No costó la elección de Danilo Medina un déficit de cerca de 200 mil millones? ¿No triplicó la deuda pública en siete años llevándola a cerca de 28 mil millones de dólares, nos impuso seis paquetazos fiscales, y dejó expandir la corrupción hasta consumir del 8 al 10% del PIB?
Mirándolo hablar de un futuro tan prometedor que parecía un sueño, seguí preguntándome: ¿quién paga ahora, con el paquetazo que Danilo Medina nos impuso, el déficit del 2012 cuyo monto ha comprometido el futuro de por lo menos tres generaciones de dominicanos que ni siquiera han nacido todavía? Las campañas electorales son danzas para propiciar el olvido, un juego de máscaras en el que hay alianzas disimuladas y reveladas; pero lo de Leonel Fernández no tiene parangón, porque está marcado total y radicalmente del oprobio de la mentira, y porque la simulación para él es como el baño lustral de un nuevo nacimiento.
A su alrededor había algunos jóvenes que lo observaban mientras desplegaba ese discurso pánfilo del que se quiere quitar de encima su propia talante. Y me seguí preguntando: ¿Es que un joven con valores se puede sentir orgulloso de estar en esa tribuna? ¿Qué puede ocurrir en un país donde la sociedad no tiene un régimen de consecuencias? ¿Qué vale el discurso moralista de un simple maestro en el aula, frente al poder de mostración social de Díaz Rúa, Felix Bautista o Leonel Fernández? ¿No son éstos, sin ninguna duda, los “triunfadores” sociales, los paradigmas? ¿No es el cimiento de esta sociedad carente de una escala de valores lo que nos arroja sobre la decepción de la historia?
¡Oh, Dios! Ya está abierto el circo de la campaña, la fea imagen del genio agotado en su propia verborrea nos amenaza. ¿Qué más nos puede prometer un hombre que ha usado la palabra para polarizarla frente a la vida? ¿Qué arisco mensaje de piedad puede salir del verbo de tu verdugo? ¿Este pobre país, saqueado, desfalcado, anestesiado y vilipendiado; no se merece despojarse de “sus salvadores”? Tú lo sabes, señor; al mentiroso nada lo arredra.