Prejuicios en autobús

Prejuicios en autobús

Ahora que Lidia está dormitando aprovecharé para hacer unas notas antes de llegar a la estación de Camagüey. Me han dicho en la Unidad que es un lugar acogedor y bien organizado. El señor Dihigo aseguró a Medialibra que si no había retrasos desde Bayamo él estaría en Camagüey a la hora de entrar nuestro autobús en la terminal. Ojalá sea así, se dijo Ladislao, masticando las palabras en un apagado gruñido. Miró a Lidia: con el cuello doblado y la gorra sobre una oreja, la mujer se movía un poco cuando el vehículo pasaba sobre algún pequeño bache. Despierta, Lidia irradiaba vitalidad a su alrededor; viéndola dormida, el húngaro sintió la fortaleza de la mulata.

Estuvo tentado de tocarla pero se abstuvo. Prefirió mirar por la ventana el paisaje que corría. Por encima de la cabeza del conductor Ladislao contempló la sucesión inacabable de postes del alumbrado. Se dejó llevar por las impresiones que provocaban los árboles, las lomas, las casitas dispersas. En su cabeza sólo había pensamientos encadenados, lineales, como si fueran parte de una cremallera con movimiento independiente. Pero no eran independientes en realidad. Miraba los ranchos diseminados en las montañas, con techos de yaguas o de palmas tejidas. Después fijó los ojos en una camioneta llena de jornaleros de caras fatigadas. Llevaban camisas sucias, manchadas de lodo y sudor; casi todos las tenían desabotonadas.

El calor del sol tropical calcina la cabeza, pensó Ladislao. Algunos van silenciosos; otros parece que gritan piropos procaces a las campesinas paradas al borde del camino. En un recodo de la carretera Ladislao llegó a pensar que iban cantando. Pero no los pudo escuchar por el ruido del motor; tal vez la brisa deformó o arrastró las voces. ¡Qué dura es la vida en estas islas de las Antillas! ¡Y cuánta pobreza hay en los poblados, en los campos con cultivos organizados!

Ladislao levantó los brazos y agarró una libreta que había dejado en la red del autobús mientras hablaba con Lidia. Sacó un bolígrafo americano barato y comenzó a escribir: “La explotación de mano de obra esclava empezó en la isla de Santo Domingo (1510); concluyó en la de Cuba (1876)”. (Ubres de novelastra; 2008).

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