Prejuicios raciales

Prejuicios raciales

 FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Es ya una tradición norteamericana, que al juzgar a cada nación según sus normas de observancia de los derechos humanos en todo el mundo, que a nuestro país siempre le dediquen la parte más dura del informe, cuando insisten en presentarnos como un país xenófobo, racista y violador de los derechos de los haitianos que deben cruzar la frontera libremente y deben permanecer en el país, pese a su condición de ilegales.

Ese pinchazo norteamericano, en la epidemias de los sentimientos nacionalistas de los dominicanos, nos hace brincar de coraje y entonces nos mantenemos durante varios días airando el trato que le dan los norteamericanos a los ilegales en especial a los haitianos en la Florida, que los cazan como peces en sus aguas territoriales, y a los hispanos cuando cruzan la frontera con México, donde se construye un tremendo muro, peor lo que se trató de hacer con la muralla china hace miles de años o con la barrera Maginot en Francia para supuestamente contener los tanques de guerra alemanes en caso de una invasión germana en la década del 30.

A los dominicanos nos ha tocado ser el banquito de picar de los norteamericanos, y de los países “amigos de Haití”, que en los pasados 16 años no han abierto el bolsillo para ayudar a nuestros vecinos occidentales pese a sus promesas. Pretenden, con acusaciones, chantaje y presentarnos como racistas, que concedamos nuestro territorio a los haitianos cuando ellos decidan emigrar en búsqueda de trabajo, sin que miren para Francia, ni Canadá, ni mucho menos para Estados Unidos, sino que crucen la frontera y se establezcan en el país, donde ya son una fuerza laboral de gran importancia en la agricultura, el chiripeo y en las construcciones.

A principios del siglo XIX, cuando todavía Haití era una colonia francesa y España cedió a Francia la parte oriental de la isla, fueron los haitianos, comandados por los franceses, que invadieron nuestro territorio y cometieron muchas tropelías con el incendio de aldeas y poblaciones. Más luego en 1804, cuando ya Haití se independizó, entonces Dessalinnes volvió a invadir, cometiendo horribles hechos de sangre como aquel nunca olvidado degüello en la iglesia de Moca, que por tradición permanece en el subconsciente de todos, lo cual se agravó cuando en 1822 Boyer ocupó la parte oriental por 22 años, hasta que Duarte y su grupo de aguerridos jóvenes, y de los conservadores que le siguieron la corriente a los trinitarios, se deshicieron del coloniaje occidental para transitar una vía independiente, llena de incertidumbres y de fracasos por las ambiciones de los hombres y la poca confianza que muchos sentían de la viabilidad de una nación independiente.

Ya en el siglo XXI, después de tormentosas relaciones, que aparentemente han sido cordiales, los haitianos y dominicanos se preparan para un nuevo enfrentamiento, mucho más delicado y sutil, donde a los dominicanos se nos presenta a nivel internacional como abusadores e imperialistas en contra de los pobres negros, a los que ya se les alimenta con el producto del agro dominicano, se le proporciona educación, salud y trabajo, y se recibe a miles de ellos sin documentos, con enfermedades y deficiencias morales de gran consideración, perturbando muchas tradiciones criollas. Los haitianos ingresan cotidianamente al territorio nacional en búsqueda de trabajo, y lo encuentran, cuando los dominicanos buscan mejores puestos, se capacitan más o prefieren arriesgarse para viajar como ilegales hacia el exterior, logrando ese sueño y convertirse en proveedores de divisas por remesas notables que constituyen un puntal de la economía nacional. Esa situación es por la que cada vez nos hacemos más dependientes de la mano de obra haitiana no calificada, que a su vez, es una quinta columna clavada en un costado del cuerpo de la Nación como agentes dormidos a la espera de la voz del amo para aplastar a sus anfitriones.

El trasfondo y estrategia de las naciones que siempre se habían vendido como “amigos de Haití” es empujar a los dominicanos a que asuman el estado desastroso de Haití como algo local, de forma que seamos los dominicanos, con nuestros recursos, que acudamos a socorrer y sostener la inviabilidad de una nación, que si bien tiene arraigados sentimientos de sus orígenes y de su raza, no puede destacarse como sinónimo de amantes de una Patria. Por tanto, los dominicanos, que no hemos sabido tener una política coherente de relaciones con Haití, debemos sacudirnos de esos miedos, y decidirnos una vez por todas, asumir el reto que nos depara el destino, primero de salvaguardar nuestra dominicanidad, y luego sostener los esfuerzos que hagan los haitianos para sobrevivir en su territorio occidental, devastado por la incuria de sus habitantes, lo cual se ve en el reporte de Al Gore que tantos efectos ha ocasionado en el mundo por la crudeza de sus imágenes.

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