Premio “Educador Católico del Año” a Gladys Jacobo Polanco

Premio “Educador Católico del Año” a Gladys Jacobo Polanco

POR ANTONIO LLUBERES, SJ.
Desde los ya distantes  días del colegio San Luis Gonzaga del Padre  Francisco Xavier Billini y de los conflictos alrededor de la escuela laica en la segunda parte del siglo XIX, la Iglesia Católica Dominicana ha ido asumiendo mayores compromisos en la ayuda subsidiaria a la educación y la salud.

En nuestros tiempos, a la figura del colegio católico privado, de pago, se han unido  nuevas formas de gestión como la de  la administración de escuelas públicas y la  de la conversión de escuelas católicas  privadas en oficiales públicas –  escuelas oficializadas.

Si se busca  poner un ejemplo, el más expresivo podría ser el de Sabana Grande de Boya, de la provincia de Monte Plata. Casi al final de la carretera, teniendo de fondo el  farallón de Los Haitises, en un pueblo empobrecido por la decadencia de la industria azucarera del Central Río Haina, las Hermanas Misioneras del  Corazón de Jesús administran un taller de costura; un hogar de ancianos y uno de niños;  un centro nutricional y uno de salud con servicios de laboratorio, farmacia y consulta médica ambulatoria;  un centro de cómputos;  y una escuela básica en Pueblo Nuevo con unos 300 alumnos y otra básica y media  en el centro del pueblo con 2,300.  

Si en la década de los 1960 y 70 recayó sobre la escuela y el maestro  la sospecha  de  reproductor de mecanismos de opresión.  Hoy día incapacitada la sociedad  para  educar a amplios sectores de la sociedad – a los hijos de la pobreza pero también a los de las clases medias y altas –  y de ver retrasado el progreso tanto añorado, la figura del maestro vuelve a  ser demandada como un operario  esencial de la sociedad.

Reivindicar la persona  empobrecida del maestro. Empobrecida en su retribución económica y en su ascendiente  social.  Ayudarla a encontrar su definición  social, su  autoestima, su reconocimiento por la sociedad  y su función  incidente en la construcción de la sociedad. Todos estamos de acuerdo que la educación está a la base del desarrollo y que el maestro es el principal operario de la labor educativa.

Qué aporta la Iglesia a esa labor? La Iglesia siempre ha tenido en importancia la  educación  y la persona  del maestro. El maestro está asociado a la figura de Jesús que enseña  cosas nuevas, cambiantes, evangélicas. El Concilio Vaticano II lo define como verdadero apóstol y servidor ( “Gravissimum Educationis” ). El maestro debería entender su función como una vocación, como un don, una consagración a la que no se llega por cálculos lucrativos sino por una convicción social o por una experiencia religiosa. Su vinculación a la humanidad, al mundo de los padres de familia y a los hijos, los hace entrar en un espacio sagrado, de respeto, de edificación de la persona, que ofrece una satisfacción y a la vez un sacrificio. Es una intermediación que muchas veces conlleva el sacrificio de la incomprensión o de la frustración. Pero que en líneas generales remunera con el éxito de los resultados o con la tranquilidad espiritual del deber cumplido. No se debería dejar de prestar atención al educador mujer, que es el mayoritario en el gremio docente. La mujer-madre-educadora suple a la sociedad la dimensión educativa, en el mundo doméstico y en el aula,  que tantas veces ni la familia ni la sociedad aportan a sus hijos. 

El Episcopado Dominicano, en el reciente 27 de  febrero, ha emitido un mensaje sobre el estado de la  educación nacional en que  llama a un “pacto social multisectorial que privilegie la educación” Y sobre la persona y función del maestro expone claramente que “los maestros deben recuperar la misión de educadores, como una tarea que conlleva una verdadera vocación y una mística capaz de ir más allá de la simple transmisión de conocimientos.  La misión del maestro es educar y formar personalidades responsables en la verdad con sentido moral.  La acción educativa va más allá de los procesos instruccionales y de socialización, contribuye a formar hombres y mujeres capaces de construir en sus vidas una personalidad que sabe lo que piensa y lo que hace, con convicciones sólidas que sabe lo que quiere y permanece fiel a sí misma y lucha para realizar el proyecto de su ser, siendo coherente con su ideal y su plan de vida a pesar de su estado de ánimo.  Para ello creemos que gobierno, gremios y sindicatos deben quedar al margen de la política partidista y centrar su acción no sólo en logros sociales, sino sobre todo en su formación  para que sean transmisores pertinentes de conocimientos y valores que los niños/niñas y jóvenes de hoy están necesitando.” Mensaje Educación en la Verdad, 7.

La Conferencia del Episcopado Dominicano, en base al anterior análisis y propuesta , ha querido instituir el premio al educador católico del año para reconocer a “educadores católicos que se hayan destacado notablemente por los servicios prestados a la educación en general y a la católica en particular, o a centros educativos de cualquier nivel y cuya labor haya servido para mejorar, ya sea la calidad educativa de los educandos como el mismo Sistema Educativo Dominicano,” Bajo el patrocinio de San Juan Bautista de La Salle, el patrono de los educadores.

El premio es un estímulo modesto, pero sentido, a tantas personas, hombres y mujeres, religiosos y laicos, que movidos por la fe en Cristo Jesús, dedican su vida a la educación.  Personas que creen por encima de las condiciones actuales. Sobre todo en este momento en que hemos experimentado declaraciones, proyectos y planes, nacionales e internacionales,  que son presentados, criticados y rehechos. Bajo el signo de un cambio de época, pero sin saber o consensuar lo que somos y hacia donde vamos, queremos cambios sociales no sólo nuevos sino más bienes éticos y eficientes, que creen las condiciones que mejorarán  la sociedad 

El año pasado, cuando aún se conversaba sobre las conveniencias y formalidades de este premio, se reconoció a Monseñor Juan Felix Pepén, por su dedicación a la educación  expresada en la fundación de la Unión Nacional de Escuelas Católicas.

El jurado  escogió a Gladys del Carmen Jacobo Polanco con cincuenta y cuatro años de docencia y actualmente subdirectora y coordinadora del equipo de educación en la fe del Politécnico  Santa Ana de Gualey.

Gladys Jacobo es miembro del Instituto Secular de Nuestra Señora de La Altagracia. Se destaca en ella la mansedumbre y la capacidad administrativa.  Fuerte en las adversidades y trasmisora de valores humanos y cristianos. Compañera de sus compañeras, de los profesores y de los alumnos,  y superiora de las obras y de las personas que le han encomendado. De sonrisa y palabra pausada. Convencida de sus verdades hasta mantenerlas  firmes por años. Maestra de niños y de adultos. He aquí la síntesis de su vida: “Si volviera a nacer, volvería a ser maestra.”

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