El Premio Diario Libre Arte Contemporáneo celebra su cuarta edición manteniendo su definición, su reglamento, sus restricciones, su sede en Arte Berri, conocida galería de la ciudad histórica.
Este concurso se perfila como una joven tradición que va a seguir, esperada y fiable, con sus fechas, sus galardones, su objetivo plausible.
Se inscribe, además, en un movimiento actual que aspira a incentivar los talentos nuevos, darles oportunidades, promover su creatividad. Son iniciativas necesarias para que tantas promesas para el arte dominicano del futuro se realicen. Todavía esos estímulos –valiosos– deben aumentar: ¡vivir para el arte implica poder sobrevivir!
El premio, instituido por la Fundación Diario Libre, admite a concursantes entre 18 y 38 años. Nos parece loable esta extensión que llega casi a la cuarta década de vida, por las dificultades existentes en nuestro país donde no se suele incentivar a reales vocaciones precoces.
Nos permitiremos una breve digresión al respecto: muchos de los expositores elegidos por la Bienal de Venecia para presentar un conjunto de obras en grandes espacios eran treintañeros… Igualmente, nuestros maestros cuando ganaban concursos y bienales…
Otras exigencias, bienvenidas, que limitan las categorías y las dimensiones, corresponden al objetivo de “fomentar el desarrollo de las artes plásticas en la República Dominicana”. La seriedad y la concentración imperan, descartando ceder a tentaciones a menudo frustrantes y frustradas. Una cierta austeridad y disciplina no hace daño…
Una evolución serena. En distintos concursos recientes, aunque solo se admitía la pintura, pudimos observar con frecuencia el aquietamiento estilístico, un realismo algo fantástico y un expresionismo controlado, igualmente poco interés por la abstracción. Parece que es una tendencia ¿o será el fruto de reflexiones entre los artistas jóvenes y/o los emergentes?
El Premio Diario Libre se caracterizaba entre los seleccionados, pese a las exigencias de las bases, por varias opciones radicales, provocativas y estridentes aun, que llegaban a inquietar…. En esta cuarta edición, la inquietud ha cedido ante la quietud, y por cierto la pintura recobra importancia. De una pieza finalista a otra, reinan el equilibrio y la articulación cualitativa dentro de un montaje difícil, ya que, en un espacio continuo pero relativamente pequeño, las 34 obras admitidas permiten una apreciación individual, incluyendo a las tridimensionales.
Otra propuesta interesante en este certamen consiste en que, eliminando a la instalación, se sustituya por la “escultura modular” y la “pintura ampliada”, favoreciendo la libertad de expresión, materiales y técnicas, en categorías otrora tradicionales. La investigación y el dominio resultando de la formación o de la experiencia, se asocian aquí a la coherencia.
Obras sobresalientes y notables. El premio atribuido a Anabelle Lucas confirma que tenemos con ella un valor certero para el arte contemporáneo. En la edición anterior, su ‘mención’ ya había llamado la atención por el uso y la disposición original de los materiales. Ahora, su “escultura-costura” de pared es un encanto, por su humor, su poesía, su alusión racial y familiar fantasiosa, además por su mensaje. ¡Que sean bellas –¿lo son?– y se callen! Además se trata de un hecho técnico actual: con alguna frecuencia, mujeres artistas vuelven adrede a los oficios seculares del género, de bordadoras y costureras… para una contemporaneidad atrevida.
Una pintura tan fascinante como extraña, de la genealogía de El Bosco, provoca la sonrisa y una larga contemplación: Ramón Calcaño ordena y formaliza sus delirios faunescos, pulsiones llenas de sabiduría plástica. El retrato “Tras el cristal” de José Enmanuel Peguero denota una minuciosa realización pictórica y la inteligencia de la superposición.
En cuanto a Manuel Alfonso de Jesús, él resucita con buen humor sus dinosaurios en un paisaje insólito. Marlene Molina pinta una abstracción lírica exquisita, entre difuminado y refinamiento tonal. La ‘mención’ a Yocelín Ramírez reconoce cualidades plurales de composición, espacio, abstracción versus figuración: el tratamiento trasciende la superficialidad del diseño de moda. Tampoco olvidaremos la impactante y efusiva pintura de Digno Ricardo.
No cabe duda de que esta edición nos parece privilegiar la expresión bidimensional. Andrés Rafael Castillo (des)construye con fluidez y economía de medios el desnudo sobre tela. Nicolás Ortiz presenta un muy buen grabado sobre papel artesanal. La ‘mención’ a Yamilé Suero destaca la excelencia de ejecución, una técnica mixta dominada en un monotipo que prescinde de título, ya que se distingue esencialmente por la factura y la combinación de medios. Y los “inmigrantes” de César Alexander celebran, con una habilidad agradable, la irrupción felina en la naturaleza.
Piezas tridimensionales. Manuel Contreras propone una composición escultórica, facturalmente esmerada en sus diferentes facetas, aunque este muy buen artista, ya confirmado, podría cambiar su patrón formal y conseguir otra consonancia. Gissell Mejía es la autora de un curioso mobiliario, algo surrealista pero discreto, armonioso, dimensionalmente enternecedor y lúdico…
Lisette Nin hace una “esculto-pintura” o una secuencia mural modular, como la interpretemos: la vemos menos como “inocente entrega antillana” (según el título) que propicia para una escala monumental en el suelo. Y el ingenioso armario mural de Carlos Raul Boza pide nuestra intervención activa para que descubramos a los “amantes”.
No cabe duda de que el Premio de la Fundación Diario Libre tiene actualidad y porvenir. Aunque desconozcamos parte de los 115 participantes, la selección del jurado nos pareció muy atinada, lo que no sucede a menudo… La atractiva muestra resultante exhala serenidad, sosiego, optimismo, y ameritaría un circuito itinerante. Vale que se conozca mejor y más extensamente la producción de los artistas dominicanos jóvenes, sobre todo cuando la fomenta un órgano nacional de comunicación.